Casi la cuarta parte de la superficie terrestre está a punto de convertirse en desierto para finales de siglo. El proceso de desertización, además, no será gradual sino abrupto. Según un estudio liderado por científicos españoles, el calentamiento inducido por el cambio climático acumula pequeños cambios hasta que una tierra árida se convierte en desértica. Una vez pasado ese umbral, ya no hay vuelta atrás.
«Recuerda al Brexit, unos pocos miles de votos provocan un cambio que no es lineal ni gradual», ejemplifica el investigador de la Universidad de Alicante y director del Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global Fernando Maestre. «Estos cambios abruptos se producen en muchos procesos humanos, naturales y físicos. En nuestro campo los habían predicho varios modelos matemáticos, pero faltaba confirmarlo», añade Maestre, coautor del estudio, publicado en la revista Science.
Estudiando 236 ecosistemas áridos actuales, desde áreas de sabana hasta desiertos, pasando por paisajes mediterráneos, los investigadores revisaron una veintena de atributos de cada uno de estos ecosistemas. Entre ellos están desde el tamaño y forma de las hojas de la vegetación dominante, el régimen de precipitaciones o la cantidad y calidad de microorganismos del suelo. En concreto, analizaron la respuesta de cada atributo a pequeños cambios de aridez. Expresada en un rango de 0 (bosque o selva húmeda) a 1 (desierto), la aridez es el resultado del cociente entre la evapotranspiración y las precipitaciones y es muy dependiente de la temperatura.
Los científicos proyectaron el panorama actual de las tierras áridas sobre el escenario climático más probable si no hay una reducción significativa de las emisiones. Con un enfoque que traslada el gradiente geográfico observado a uno temporal, estimaron que el 22% de la tierra será más árida en 2100, porcentaje que no incluye a los desiertos hoy existentes. En el caso de España el porcentaje sube hasta el 77%. Amplias regiones adyacentes a los ya desiertos, buena parte de la cuenca mediterránea, el este de Asia, pero también aunque en menor medida (ver mapa) latitudes tan al norte como Canadá o el extremo este de Siberia cambiarán de estado.
Lo más novedoso quizá de esta investigación es el carácter abrupto de estos cambios de estado identificados con una serie de umbrales de aridez que, una vez pasado, hacen que todo el ecosistema cambie. El estudio detecta tres valores en el camino al desierto: el paso a un grado de aridez de 0,54, otro en el cociente de 0,69 y, ya en la antesala desértica, 0,83.
Las tierras áridas que superan un cociente de aridez de 0,54 entran en una nueva fase caracterizada por un cambio generalizado de la vegetación. Por ejemplo, al escasear el agua, las especies dominantes cambian, la hoja se encoge y redondea. Esto reduce la cantidad de fotosíntesis que pueden realizar las plantas y esto genera toda una cascada de efectos. «Estas nuevas especies pueden, por ejemplo, no atraer a las aves de siempre, con lo que uno de los mecanismos para la dispersión de semillas se ve alterado», recuerda Maestre.
Pero si el umbral de aridez que se alcanza es el de 0,69 se produce otro descenso abrupto que hace que los suelos sean menos fértiles y más erosionables. «El suelo es el soporte esencial de las plantas, y por extensión del ecosistema», apunta Manuel Delgado-Baquerizo, de la Universidad Pablo de Olavide y coautor del estudio. «Una vez que este umbral de aridez se sobrepasa se ven afectados de golpe muchos atributos fundamentales del ecosistema. Las plantas que sobreviven son principalmente arbustos que son capaces de obtener agua en capas profundas del suelo. Los microorganismos del suelo, que desempeñan un papel fundamental en el reciclado de nutrientes, cambian radicalmente, con un aumento de abundancia relativa de especies patógenas a expensas de especies beneficiosas como los hongos microrrícicos. El suelo pierde su estructura y es más vulnerable a la erosión», añade.
El desierto llega cuando se supera el umbral de 0,83. Apenas hay vegetación y bajo el suelo sobreviven poco más que cianobacterias. La única vida que queda es la que vive a impulsos, la que surge tras las escasas y repentinas lluvias para aprovechar esa breve ventana de oportunidad. «Según los modelos, el 39% de la superficie de España superará el 0,83 para finales de siglo», advierte Maestre.