El 2 de mayo entró en vigor el paquete de sanciones más duro de Estados Unidos contra Irán. El objetivo de la Casa Blanca es reducir los 1,3 millones de barriles de petróleo que venden diariamente los persas a cero, impidiendo que los 8 únicos países que podían comprar crudo iraní puedan seguir haciéndolo. Así, dejan a Irán sin su principal fuente de financiación y fuerzan una crisis social para desestabilizar al gobierno de los Ayatolás.
Las principales víctimas de las sanciones contra Irán son los civiles que ven cómo los precios de alimentos y productos de consumo básico aumentan exponencialmente. También está habiendo problemas para el abastecimiento de medicamentos, ya que desde noviembre es cada vez más difícil para Irán importarlos. La situación económica no era tan dura desde la guerra con Irak que coincidió con la caída de los precios del petróleo a nivel mundial en los años 80. Las sanciones, son peores que muchas guerras.
Irán, que antes de las sanciones de noviembre era el cuarto mayor productor de crudo de la OPEC (Organización de Países Exportadores de Petróleo) vendiendo 3 millones de barriles de petróleo diarios, ahora sufre una inflación que podría alcanzar el 40% este año, y su PIB amenaza con contraerse un 6%. Desde noviembre han perdido 10.000 millones de dólares en ingresos petroleros, y su moneda ha perdido un 60% del valor.
Pero los problemas no solo son locales. Por su papel en el mundo, las sanciones contra Irán también tienen un fuerte impacto regional y global, que amenazan con una mayor inestabilidad en la volátil región de Oriente Medio y el Norte de África, nuevos conflictos y muertes innecesarias.
El Vice Ministro de Petróleo para cuestiones Internacionales y de Comercio iraní, Amir Hossein Amaninia, ya alerta de que las sanciones van a desembocar en una reacción en el mercado global.
El martes 23 de abril de 2019, cuando EE.UU. anunció que terminaría con las excepciones que permitían a 8 países seguir comprando petróleo a Irán, el precio del barril alcanzó su valor más alto en lo que va de año. Los grandes beneficiados de la situación son los únicos que han apoyado abiertamente las sanciones: Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, que se quitan a un competidor de en medio y monopolizan el comercio con el favor de Donald Trump.
Desde este mayo y por decisión unilateral de la Casa Blanca, Turquía, China, India, Grecia, Italia, Japón, Corea del Sur y Taiwán tendrán problemas para seguir comprando el petróleo iraní. La decisión individual de un país en detrimento de los intereses colectivos de algunas de las economías más importantes del mundo.
Todavía no se sabe cómo van a reaccionar los 8 países afectados, pero la situación –completamente anárquica– podría forzar a EE.UU. a tomar medidas contra aliados importantes como Corea y Japón si es que deciden no subyugar los intereses nacionales al mandato de Trump.
Hacia una gran guerra en Oriente Medio
Intentar hundir la economía iraní es parte de la estrategia completamente corto-placista y desquiciada del gabinete Trump, que comenzó con la salida del acuerdo nuclear alcanzado con los iraníes en 2015 durante la presidencia de Obama.
Con este tipo de medidas Trump solo está prendiendo la mecha de un conflicto que no va a poder apagar. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional, las sanciones contra Irán están provocando la inestabilidad en Oriente Medio y el Norte de África, frenando el crecimiento económico de la región, fuertemente dependiente de los precios cambiantes del petróleo.
Como el FMI, el Ministro de Exteriores chino, Geng Shuang, alertaba recientemente de que las sanciones solo intensificarán el caos en Oriente Medio.
Y es que estas políticas beligerantes únicamente sirven para justificar las ambiciones iraníes de convertirse en la fuerza que domine Oriente Medio bajo una (argumentada) necesidad de imponerse para sobrevivir rodeados de enemigos al acecho.
A pesar de los esfuerzos de China y Rusia de contener a los iraníes e israelíes en Siria, ya se empieza a vislumbrar un nuevo escenario de conflicto que enfrenta a Irán, Qatar y Turquía con Israel, Arabia Saudí y Emiratos Unidos. De no ser por el papel ruso en Siria para evitar que el monopolio de la protección del cielo estuviese controlado únicamente por Irán y para evitar operaciones mayores de Israel, de seguro que ya habríamos visto enfrentamientos entre Fuerzas de Defensa de Israel y Guardia Revolucionaria Iraquí que únicamente habrían servido para echar gasolina a una hoguera que lleva años ardiendo.
Los cada vez más comunes bombardeos israelíes sobre posiciones iraníes en Siria son sintomáticos de este escenario de cada vez mayor tensión. Por otro lado, los saudíes intentan debilitar la influencia regional de Turquía y Qatar apoyando a Khalifa Haftar frente al gobierno de Trípoli en Libia y el derrocamiento de al-Bashir en Sudán; ambos fuertemente ligados a los Hermanos Musulmanes que tienen cabida en los gobiernos turco y qatarí.
Qatar ha salido en defensa de su aliado iraní, criticando las sanciones por el impacto que tendrán en la economía de los países que dependen de o se benefician del petróleo de Irán. «En Qatar no creemos que las sanciones unilaterales puedan tener efectos positivos para crisis que deben ser resueltas a través del diálogo y solo el diálogo», afirmaba el ministro de exteriores, el sheikh Mohammed bin Abdulrahman al-Thani. Y es que en Doha saben que si cae Irán, caen ellos, que están aislados por las monarquías del golfo y sus aliados desde que estallase la crisis política con Arabia Saudí y Emiratos en 2017.
Turquía, aunque buscando alternativas al crudo iraní, también ha defendido públicamente a Irán, afirmando que las sanciones de Trump «han ido demasiados lejos» presionando a otros países para que compren el petróleo de sus aliados en el Golfo a través del impedimento del comercio con Irán.
En este contexto –peligrosamente–, Irán ha devuelto el favor a sus aliados criticando la decisión estadounidense de denominar a los Hermanos Musulmanescomo grupo terrorista. Peligroso porque, efectivamente, los Hermanos Musulmanes son una organización con un largo historial de actividad terrorista.
Pero los persas no pueden permitirse que se haga oficial el reconocimiento de los Hermanos Musulmanes como grupo terrorista, porque eso permitiría sancionar en cualquier momento a sus aliados turcos y qataríes por dar apoyo y colaborar con organizaciones terroristas. Lo mismo le pasó a al-Bashir en Sudán, y su economía se resintió enormemente.
Pero el conflicto no solo se queda en la diplomacia. Irán plantea responder a las sanciones con un ataque muy duro contra saudíes y emiratíes cerrando el estrecho de Ormuz.
Ormuz: el punto más importante del mapa
Por el estrecho de Ormuz pasa a diario el 30% del petróleo mundial que se mueve por mar. Irán, que tiene la capacidad de cerrarlo, podría reducir enormemente la cantidad de crudo que las monarquías del golfo pueden exportar hacia Asia.
La importancia del estrecho de Ormuz es tal, que una de las principales motivaciones de la intervención de Arabia Saudí y Emiratos en Yemen fue hacerse con el puerto de Adén para controlar la salida del petróleo del Mar Rojo hacia el Mar Arábigo y evitar el aislamiento que les supondría el cierre del estrecho de Ormuz.
En caso de que los iraníes decidiesen jugar su última carta, las monarquías del Golfo podrían aumentar su grado de beligerancia en Yemen y el Cuerno de África ante el temor de perder influencia.
«Si Irán no puede vender petróleo, si Irán no puede importar lo que quiere, entonces no tiene ningún interés en la seguridad del golfo pérsico», afirmaba tajante el Ministro de Exteriores Javad Zarif . Saben que Ormuz, junto con la salida del Tratado de No Proliferación Nuclear son su última baza antes de la escalada definitiva.
Además de Ormuz y salirse del acuerdo nuclear, el presidente de Irán, Hassan Rouhani, asegura tener alternativas para evitar que las sanciones les impidan seguir comercializando el petróleo del que tanto dependen. Aunque no ha profundizado en ninguna, lo más probable es que una de ellas sea que los chinos definitivamente creen un método de pago alternativo al dólar. Lo que está claro es que Pekín no va a abandonar a Teherán, ya que son un aliado importante en su pugna contra EE.UU. y una pieza clave en la Nueva Ruta de la Seda que intentan crear.
Además del factor internacional y la crisis económica, los iraníes también tienen que replantearse si su sistema seguirá siendo viable con las sanciones.
La revolución Islámica del 79 tenía un importante contrato social con la población que apostaba por las políticas sociales. De este modo se ha construido un sistema subsidiario que provee a los ciudadanos de lo más básico necesario para vivir. El problema que surge ahora es que la economía está muy debilitada, y sin reformar y liberalizar el sistema, las pocas alternativas que les quedan son recuperar los cupones que sacaron durante la guerra con Irak y marcar los precios de los productos, reduciendo el margen de beneficio de los vendedores.
Si no toman medidas, el ciudadano medio al que le importa su vida y no EE.UU., va a estar descontento con la gestión. Si toman medidas para mantener la economía en detrimento del sistema subsidiario, el ciudadano medio al que le importa su vida y no EE.UU., va a estar descontento con la gestión.
El problema de Irán es que el país debe hacer algo, ya que los presupuestos de este año son inútiles desde el momento en el que se aprobaron antes de las sanciones, estimando unos ingresos del petróleo que van a ser imposibles.
La guerra de EE.UU. contra Irán es una guerra contra el modelo iraní, pero también contra el pueblo iraní. El secretario de estado norteamericano, Mike Pompeo, decía que las sanciones contra irán eran para que el país «se comportase como un estado normal».
Si para Pompeo ser un estado normal es, como en EE.UU., contar con varias de las 50 ciudades del mundo con más ratio de homicidios, tener 16,7 millones de niños pasando hambre o negar servicios sanitarios a 40 millones de ciudadanos, si para Pompeo maltratar a la población es «ser un país normal», entonces estas últimas sanciones son la mejor manera de forzar a Irán a convertirse en «un país normal»; aunque no sea lo que los iraníes quieren.