La campaña mediática financiada por el gobierno es evidente, así como el hecho de que el presidente «caiga bien» y el desgaste de la opción verde, así como la inmovilidad del candidato morado.
En un contexto donde no es el voto el que gana, sino la capacidad de comprar votos o evitar que se vendan, llevar gente a votar, defender el voto, violar actas y enviar lo violentado por escáner, el votante juega, no obstante, un papel elemental. Al menos sirve para llenar las urnas y presionar para que los resultados acumulados en esos cajones de cartón se asemejen a lo contabilizado y no difieran demasiado de lo que se concluye al final.
Las encuestas ya forman parte del show de campaña, junto con los inútiles cara a cara e imágenes en los grupos de WhatsApp con las caras modificadas por Photoshop, a veces con reconocidos que incluso son diputados y no sabemos en qué han dedicado su tiempo durante estos últimos 4 años.
¿Cuánto mide realmente el presidente? ¿Cuánto marca? ¿Qué encuesta es creíble? Las únicas encuestas creíbles las mantienen en secreto los partidos. Ellos saben quién va adelante, quién está «muerto», y usan esos números para sus juegos o para ver con quién deben pactar. Pero la población no tiene conciencia y, al final, ni le interesa. Leen, comentan y debaten números como puros replicadores, sin entender que no son más que las piezas que el juego necesita para ser jugado y los medios para obtener likes y seguir cobrando.
Parece que el presidente gana con facilidad. Sin embargo, cuando vas por la calle o entras a un supermercado, las opiniones sobre lo que gobierna hoy son muy adversas. Por lo tanto, saber si el votante se levantará el día de las elecciones para sufragar o si evaluará las opciones es realmente, al final, una quimera que, en medio de tanto bombardeo y millones empleados para idiotizar las conciencias, nadie está a salvo.
Sí, es posible que el presidente se reelija, sobre todo por lo desgastada que parece la oposición entre un tres veces presidente sin nada nuevo que ofrecer y un exitoso alcalde que no entendió que enamorar a un pueblo era algo más que hablar mal de los haitianos. En ese contexto, sí, podría ganar.
Aun falta un universo para el día de las elecciones y habría que ver cuál será el manejo que la oposición dará a sus «chelitos» y estrategias para vender soluciones a un electorado incrédulo por un lado y guiado como vacas al matadero por el otro, gracias a las redes creadoras de percepciones.
Camino al día de las elecciones, el tema haitiano le ha caído al presidente como anillo al dedo para poder usar mediáticamente uno de los temas verdaderamente importantes, en teoría. Porque mientras todos ocultan la necesidad de regular a los ilegales dentro y colocar al país en defensa de un alud de los que quieren escapar de la violencia, es lo que vende en prensa hoy. Además, el falso conflicto (plantarles cara) con las Organizaciones No Gubernamentales financiadas por poderes extranjeros con las cuales no te puedes divorciar, pues también son las que permiten que te aprueben los préstamos internacionales. Es esencial, pero estamos en campaña y todo se puede disfrazar.
¿Cuánto mide realmente el presidente? Al final, ni lo sabemos ni lo sabremos. Solo nos quedará la opción de seguir viendo la serie llamada «Campaña electoral» y, si acaso, tomarnos el trabajo de ese día para ir a votar, si es que nos queda la esperanza, quién sabe, de que nuestro tiempo valga de algo.