NEW YORK.– Cuando por diversas razones tiendo a prestar atención al avispero desatado en el entorno del presidente Danilo Medina Sánchez, a propósito de la urgente búsqueda de un aspirante presidencial capaz de competir con el doctor Leonel Fernández Reina, termino evocando la estampa que en uno de mis campos queridos, en La Flor de la Patria, Salcedo, escenificaban los denominados chichiguaos.
Hago referencia a aquella trulla de avecillas bulliciosas que a manera de manadas se internan en las cúspides de las palmeras para ensordecer con su ruido persistente, con la fingida intención de pavonarse, ante el transeúnte lugareño, como el imponente y atractivo pájaro cantor y encantador.
La aparente inexistencia de un Plan B, llamado a ser diseñado con suficiente tiempo, ante la inhabilitación del presidente Medina Sánchez para repetir como candidato presidencial, ha tomado de sorpresa a su equipo político generando un alboroto mayúsculo, teniendo como protagonistas a archirrivales leonelistas con risibles posibilidades de triunfo.
Sin ánimo de herir susceptibilidades, se trata de una especie de enjambre de chichiguaos, que han brotado como la verdolaga, estridentes e irreverentes, que con sus destempladas expresiones verbales y sus inaceptables comportamientos cotidianos, no muestran tener visión sobre lo que ha de ser la prudente valoración y deferencia con quien, quiérase o no, verdaderamente representa el liderazgo iconográfico y real de su organización política partidaria.
Con su insistente abejoneo, matizado de arrogancia, estos impropios “delfines”, son los mismos que relumbran por aparentemente carecer de una correcta compresión sobre lo que envuelve un auténtico proyecto político presidencial vigoroso, cimentado en la genuina voluntad partidaria, que real y efectivamente concluya exitoso y por tanto, alejado de las improvisaciones, el atropello del poder estatal y las euforias triunfalistas.
Se trata de un contrasentido prevaleciente entre personas que, en algunos casos, han sido sindicadas como entes de una considerable permanencia en las lides del ejercicio político-partidario y que, actualmente, por omisión o adaptación coyuntural, se proyectan como arquetipos del ilusionismo y la ineptitud.
Son estos aparentes chichiguaos quienes, en procura de ampliar su expediente curricular sin importar consecuencias, los que olvidan, intencionalmente, el valorar en su justa dimensión la categoría tiempo y el respeto al escalafón en el quehacer político, sin importar convertirse, además, en evidentes copromotores del odio visceral ante aquel que ha alcanzado encarnar el genuino adversario.
Hago referencia a los que lucen irreverentes ante el icono partidario de mayor connotación de la organización morada y tratan de doblegar la realidad política a los deseos del individualismo menospreciando el valor real del liderazgo auténtico.
Estos aparentes “elegidos o mesías de nuevo cuño” tienden a proyectar la imagen de pretender autodeslumbrarse como los apoderados de la utopía que embriaga, asumiendo que la utilización ilimitada de los recursos del gobierno y el uso insensato de la plataforma del Estado conducen, necesariamente, al codiciado éxito, olvidando que el actual tablero del ejercicio político, nacional e internacional, demuestra que las cosas han cambiado.
Esta especie de chichiguaos, escandalosos sin restricciones y de canturreo desentonado, por soberbia, prepotencia o ignorancia, parecen haber caídos en el abismo al no entender que para los genuinos líderes, el tiempo es una categoría a aquilatar positivamente en cualquier coyuntura política y, por tanto, no debe ser despreciada.
De igual modo, muestran una limitada y deplorable capacidad para escuchar pues al lucir ser integrantes de un fingido principado apenas logran oír sin aquilatar el mensaje percibido.
Olvidan ellos que la gente admira siempre a las personas que exhiben un gran compromiso con la sociedad y que el verdadero liderazgo “es más una disposición que una posición”, por tanto, todo lo que pausa está previsto a volver, teniendo en cuenta que “a nadie se le debe juzgar por la cosecha que acopia, sino por las semillas que siembre”.
Poco valoran que las crisis no quitan seguidores, sólo los seleccionan, que “el respeto se gana con lo que eres y no por lo que tienes”, por eso, entre otras razones, se estila recomendar que, “antes de comenzar el viaje de la venganza, es prudente cavar dos tumbas”, pues aquellos que estén libres de resentimientos, siempre encontrarán la paz.
El odio visceral, tanto en la política como en cualquier quehacer de la vida social nunca ha sido parte de la tabla axiológica de los grandes protagonistas de la historia.
Odiar, fuera de ser una manera olímpica de perder tiempo y energía, termina ordenando a su progenitor a abrir el hueco de la sepultura fría para jamás ser recordado con agradado en el cotidiano vivir de los hombres y mujeres con decoro y dignidad que verdaderamente aman y respetan su lar nativo.
Y ha de ser de esa manera, pues, quiérase o no, al fin y al cabo, “cosechamos lo que justamente, sembramos”. Ni más pero tampoco, menos…!!