En lo ideológico seria difícil que uno puedan incidir en el otro, ambos muy inclinados a la derecha ultraconservadora dominicana, admiradores de los llamados líderes occidentales y «centros» complacientes con los modelos regidos por Iglesias y el inmovilismo social que mantiene el status cuo sobre la base de querer cambiar para al final no cambiar nada en estructura, solo en accionar.
Luis Abinader y Leonel Fernandez se parecen tanto, tal vez uno destacare por su prematuro encuentro con los letrados de occidente y entrenado para poses de campaña pero alcanzado por a quien se le vendió como menos de su capacidad y hoy es presidente, rompiendo pronósticos hasta de burlones.
Abinader rompe estas navidades con la maldita tradición balaguerista de repartir cajas, convertidas en bochornoso signo de pobreza y clientelismo que el intelectual líder del partido verde se resistía en mantener, dádivas a los pobres cuan reyes pre-revolución francesa, alimentos de mala calidad en medio del piso de tierra y de ingenieros con faltas de ortografía… regalos de un día y miseria del resto del año que, si bien eran bienvenidas, ver su entrega, constituía un signo de irrespeto involuntario, seguro, del dadivoso al necesitado.
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Leonel se ve obligado hoy a no repartir cajitas cuan Santi Clauss para su propio bien pues, si antes ya era criticado hacerlo en un contexto de cambio habría sido mortal.
Son nuevos tiempos, con cacerolazos incluidos y algunos líderes han entendido que deben cambiar para poder sintonizar con la nueva sociedad.
Hoy, mientras que las fotos son frescas junto a su familia a pesar de seguras ausencias, el no haber visto el «besamanos» de los cuan «subditos» yendo a felicitar al rey (disculpen… me entretuve en la monarquía española), de muchos que no estuvieron mientras no olía a poder y fueron en busca de otros aromas sanjuaneros, vemos un Leonel obligado a ser renovado desde los cambios que Abinader propone aun sabiendo que poco puede hacer pero que seguro, contribuirán un poco a lo principal que debe tener un líder, respetar la dignidad de un pueblo que era destrozada en cada caja entregada año tras año.
Al fin.