Nuestro camino, un nacionalismo humano, no en contra de nadie. Sino a favor de nuestros principios, valores e intereses nacionales. Sin poses buenistas ni xenofobia racista.
Nuestra isla sigue siendo un amasijo de contradicciones, una especie colectiva e insular de la obra de Robert Lois Stevenson “El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, donde algunos de nosotros – y la comunidad internacional – queremos ser el impecable Dr. Jekyll y acusamos a Haití de ser el monstruoso Mr. Hyde. Y otros nos acusan a nosotros de ser el propio Mr. Hyde. Sin darnos cuenta de que encarnamos un problema arquetípico de nuestra isla que eludimos constantemente.
Los seres humanos al igual que Dr. Jekyll optamos por mantener ocultas nuestras cualidades negativas –con la esperanza de que nadie descubrirá su existencia– mientras mostramos un rostro inocente al mundo. Creemos que es posible vencer a la sombra, despojándonos de nuestra ambigüedad moral. Por ello inventamos utopías, lugares donde la maldad es desconocida, buscamos consolarnos con la fábula marxista o rousseauniana de que el mal no se aloja en nuestro interior, sino que es el fruto de una sociedad “corrupta” que nos mantiene encadenados y que basta cambiar a la sociedad para erradicar el mal definitivamente de la faz de la tierra.
Toda revolución moral termina siendo fascista y al igual que Dr. Jekyll terminamos sucumbiendo frente a Mr. Hyde. Aquello que niegas lo afirmas y terminas reproduciéndolo. Solo tenemos que ver a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
“Si un hermano te pide que lo acompañes una milla, acompáñalo dos, pero que no te retrase” decía Rumi. Esto nos lleva a nuestra relación con Haití. Es evidente que Republica Dominicana no está en capacidad de cargar con el hermano pueblo haitiano y que la comunidad internacional, en particular Francia, su madre patria, son corresponsables de su desgracia, y en especial el propio victimismo haitiano, quienes han hecho del “pobre de mí” política de estado. Por eso nuestro país debe asumir un modelo integral de gestión permanente de conflictos con respecto a Haití con base en principios, no con base en buenismos, para intentar gestionar nuestra relación con Haití con la mayor racionalidad y proactividad posible.
El mismo Dr. Jekyll se describe a sí mismo como un hombre “merecedor del respeto de los mejores y más sabios de mis semejantes”, lo cual confirma que su aparente bondad encubría un deseo desmedido de aprobación social que le llevó a adoptar una pose cuyo único objetivo era conseguir el respeto de los demás.
Compartimos la isla, si negamos a Haití estamos negándonos como isla, estamos negando parte de nuestra realidad insular. Si nos movemos al buenismo, tratando de asimilar nuestra situación a cualquier otro movimiento migratorio, será peor. En ambos extremos terminaríamos sucumbiendo como nación porque los extremos se tocan, y desde los extremos no se construyen políticas sostenibles. Mientras Dr. Jekyll negaba a Mr. Hyde terminó sucumbiendo a su ominoso poder.
Igualmente, una vez Jekyll tomó, aunque fuera en una sola ocasión, la decisión de ser Hyde empezó a convertirse en Hyde porque la decisión deliberada de hacer el mal nos torna malvados. Somos lo que hacemos, por ello, al negar nuestros valores cristianos como la solidaridad humana es una forma de sucumbir ante el desastre que vive Haití. Nuestra soberanía no se construye contra el otro, sino a favor de nuestros principios. Permitir que el presupuesto nacional deficitario se vierta en dar servicios a extranjeros en detrimento de nuestros ciudadanos es retrasarnos como nación, no darles servicios hospitalarios a seres humanos en necesidad también, pero eso es el efecto. La causa es permitir que mafias en la frontera las traigan.
Nuestra relación con Haití y la comunidad internacional no es ceder de manera ingenua. Ni llegar a acuerdos ni políticas insostenibles. Es tener una estrategia coherente permanente con base en principios y objetivos claros, sin perderlos de vista ante las acciones –a veces infantiles– de la otra parte. No es reaccionar, es responder. En este sentido, debemos asumir una postura proactiva, propositiva a favor de nuestros intereses nacionales, sin perder de vista nuestros principios democráticos de respeto a la dignidad humana.
Aquí reside la clave para intentar resolver el problema. Dr. Jekyll cometió el error de querer escapar de la tensión de los opuestos. Si queremos que nuestro propio drama con Haití se maneje de manera inteligente y constructiva debemos ser capaces de sostener la tensión que Jekyll no pudo soportar. Tanto la represión de la sombra como la identificación con ella constituyen intentos infructuosos de huir de la tensión de los opuestos, meras tentativas de “aflojar las ataduras” que mantienen unidos los aspectos luminosos y los aspectos oscuros de nuestra psiquis. El inconsciente colectivo de nuestra isla.
Nuestro camino, un nacionalismo humano, no en contra de nadie. Sino a favor de nuestros principios, valores e intereses nacionales. Sin poses buenistas ni xenofobia racista.