La temida guerra comercial entre las dos grandes economías del mundo aún es posible, pero está más lejos que hace dos días. El acercamiento entre las delegaciones china y estadounidense ha fructificado este fin de semana en un acuerdo de mínimos consistente en un compromiso de Pekín de reducir o eliminar, según el caso, las barreras que encuentran algunos productos estadounidenses. El compromiso es firme en materia agrícola y energética, mientras que, por ahora, sólo hay voluntad de extenderlo a los productos manufacturados y los servicios, según el comunicado conjunto de ambas delegaciones, reunidas en Washington.
En contrapartida, Washington anunció la congelación provisional de los aranceles al acero (25%) y el aluminio (10%), con los que Trump rompió las hostilidades el 1 de abril, en su obsesiva lucha contra el déficit comercial de Estados Unidos con China. La negociación aún es frágil. Pekín se resiste a poner una cifra a una reducción de la balanza comercial que la delegación estadounidense quiere brindar en bandeja a su presidente.
Pese a las dificultades, Donald Trump está más cerca de salirse con la suya. Su permanente denuncia del creciente saldo desfavorable de Estados Unidos en su comercio con China, que el pasado año alcanzó los 375.000 millones de dólares, la cantidad más alta entre dos países, empieza a recoger frutos. El magnate ha clamado contra la «competencia desleal» de los asiáticos desde la campaña electoral, entonces como gancho para seducir a un amplio grueso de votantes enfadados, la mayoría en los estados industriales, que señalaban al extranjero como origen de sus males y que, aliviados por sus palabras, auparon a Trump a la presidencia. Ahora, el éxito político de una reducción del déficit con China es factible.
El enfrentamiento comercial entre Washington y Pekín había alcanzado su punto álgido el mes pasado, cuando Trump ordenó medidas adicionales a los aranceles al acero y el aluminio. Las nuevas barreras a productos chinos se tasaban en 150.000 millones de dólares. China respondió con aranceles a productos agrícolas que habitualmente compra Estados Unidos al gigante asiático, en especial la soja. Los agricultores serían los más afectados, a pocos meses de la elección legislativa de mitad de mandato (midterm). A la hora de defender los productos propios, nadie da puntada sin hilo.
Compromiso compartido
En medio de una escalada sin precedentes, de la que la Unión Europea y otros socios de Washington han quedado por ahora al margen, Pekín aceptó finalmente sentarse a la mesa para negociar. Las conversaciones que abrieron hace tres semanas en Pekín, el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, y el viceprimer ministro chino Liu He, han derivado en un compromiso compartido para una «reducción sustancial» del déficit, según desveló hoy el portavoz de la Administración norteamericana.
El moderado optimismo de los portavoces estadounidenses choca con la resistencia de las autoridades chinas a tasar la cantidad anual de esa disminución. El primer asesor de Trump en materia de comercio, Larry Kudlow, lanzó inicialmente las campanas al vuelo al proclamar que la bajada podría situarse en 200.000 millones de dólares. De una tacada, algo más de la mitad del déficit estimado total. El propio Kudlow tuvo que matizar que se trata de «una estimación genérica», después de que las autoridades chinas rechazaran poner cifras en la negociación.
El secretario del Tesoro rectificó también las primeras afirmaciones de Kudlow, al referirse a «cambios estructurales, más que a cifras concretas», en su intento de fijar el ofrecimiento de Pekín. Mnuchin celebró que esa reforma de fondo en la relación comercial entre Estados Unidos y China «nos permitirá venderles miles y miles de millones más de dólares de nuestros productos». Pero se cuidó mucho de concretar cantidades: «Tenemos muchos productos específicos, pero no voy a concretarlos. Estamos negociando industria por industria». Y desveló que el secretario de Comercio, Wilbur Ross, viajará a China los próximos días para intentar un acuerdo definitivo con «compromisos concretos».
Algunos economistas se muestran escépticos ante la posibilidad de lograr una reducción del déficit en 200.000 millones de dólares, dados los obstáculos estructurales de China y la dificultad de aumentar la producción por parte de Estados Unidos.