A veces se nos olvida que vivimos en una isla y que estamos bañados de mar y de incertidumbres y fragilidades por todas partes. Somos un trayecto en medio de huracanes y cargamos huracanes por dentro. En nuestra insularidad caribeña perdemos de vista lo esencial y nos pasa por delante lo relevante sin darnos cuenta, y así mismo decimos y enunciamos que somos una república, que tenemos y practicamos una democracia, que somos un Estado-Nación y que de verdad tenemos instituciones y autoridades públicas funcionales, reales y sustanciales, al servicio de los ciudadanos y el bien común.
La prensa diaria desnuda el mito, a pesar de las medias verdades y de las verdades a medias, cotidianamente nos enfrentamos con el cadáver ambulante de nuestra historia colonial, dictatorial y de colectividad fragmentada y nos reducimos a existir en el medio de simulacros de calles, de hábitats, de familias, de empresas, de relaciones y organizaciones. Todo un manjar para el azar, por eso nos hacemos tan buenos apostando y las bancas de lotería se expanden como epidemia convertidas en altares de peregrinación para tragarse los sueños de las medias clases y las clases jodidas enteras.
Y sin embargo damos para todo y todos damos algo que creemos importante, sustancioso y definitivo y sobre todo creemos que nuestras causas e ideas siempre son el epicentro de la isla hasta que alguien o algo se encargan de desnudarnos nuestras fragilidades y vulnerabilidades colectivas y particulares.
El Huracán Gonzalo es la última muestra de ese algo o alguien que nos hace el favor de evidenciar nuestras carencias y apariencias. Sus vientos lo tocan todo, lo mueven todo y lo alteran todo. Su velocidad de translación destroza toda la democracia que encuentra a su paso, todos los rincones del país quedan impregnados de su propuesta enlatada en clichés y en imágenes estéticamente bien logradas, su centro se mueve a gran velocidad comprando conciencias, provocando rupturas, atrapando ignorancias, es el fenómeno atmosférico más impresionante en amplitud y profundidad de la historia climática dominicana.
Lo triste es que en el nombre de la “madre de todas las batallas” climáticas, el Huracán Gonzalo destruirá ciudadanía, sentido común, identidad y propósito colectivo para imponerse en un escenario donde lo que tiene de frente es una tormenta tropical degradada sin gran cosa novedosa que ofrecer.
¿Quién nos va reparar los daños que queden a su paso?
Si nadie lo hace al menos algo importante quedara, probablemente esta sea la última noche oscura del neopeledeismo y tal vez entonces nos toque estar cerca del amanecer de la larga noche morada. Ojala no sea para comenzar otra parecida y aprendamos de una vez y por todas a no dejarla al azar nuestra historia, aquella que solo se construye desde nosotros mismos y para nosotros mismos, sin huracanes, mesías o designados del destino, y si con mucha, amplia y verdadera democracia.
fuente:Hoy.com.do