El primer debate entre los candidatos demócratas a la presidencia de EE.UU., celebrado este miércoles en Miami, confirmó el peor de los pronósticos: era prescindible. Lo era a priori, porque la alienación de candidatos entre el primer y el segundo debate (previsto para la noche del jueves) estaba muy descompensada. En el primero solo había una favorita con opciones a ganar la nominación, Elizabeth Warren, que de momento marcha tercera en el acumulado de encuestas de RealClearPolitics, con un apoyo del 12,8%. Los otros nueve participantes están condenados a ser comparsa en estas primarias, excepto sorpresa mayúscula. Desde su hotel, el resto de pesos pesados -Joe Biden, Bernie Sanders, Kamala Harris, Pete Buttigieg- velaban armas. En un símil futbolístico, el miércoles hubo Europa League y se ha dejado la Champions para el jueves.
Pero quizá fue peor que el debate también fue prescindible a posteriori. No hubo ninguna irrupción fulgurante, ningún candidato tapado, ninguna propuesta sorprendente, ningún incidente que cambie la dinámica de las primarias. «¡Aburrido!», comentaba Donald Trump desde Twitter, en medio de su viaje a Japón para asistir al G20.
Elizabeth Warren, senadora por Massachusetts y una de las principales voces izquierdistas en EE.UU. comparecía como la favorita del grupo y se marchó con la misma vitola. No tuvo una actuación sobresaliente, pero tampoco la necesitaba. Se centró en su fuerte -el mensaje económico del deterioro de la clase trabajadora- y dejó que el resto de candidatos se pegaran en otros asuntos. «¿A quién le está yendo realmente bien en esta economía?», dijo ante el incuestionable ascenso de la bolsa y el crecimiento económico que vive EE.UU. bajo la Administración Trump, y comparó a las grandes farmacéuticas con las familias que no pueden pagar medicinas, a las prisiones privadas y al alto número de encarcelados de minorías raciales y a los gigantes del petróleo y los ciudadanos que sufren el efecto del cambio climático. «Podemos hacer que nuestro país, nuestro gobierno y nuestra economía trabajen para todos. Prometo que lucharé por vosotros tan duro como lo hago por mi familia»; proclamó en el cierre del debate.
Quizá la mayor decepción de la noche fue Beto O’Rourke. El año pasado se convirtió en una de las grandes revelaciones en la elección para senador por Texas, donde estuvo cerca de arrebatar un bastión republicano a Ted Cruz, peso pesado del conservadurismo estadounidense. En lo que va de campaña se le ha criticado que privilegia la imagen por encima de las ideas y lo confirmó en el debate. Acostumbrado al vaquero y la camisa con los que recorrió las carreteras polvorientas, hasta el traje y la corbata le quedaban incómodos. Acostumbrado a moverse por el escenario, parecía encadenado a su estrado. Julián Castro, también de Texas, ex secretario de Vivienda con Barack Obama, le arrinconó en uno de los principales temas del debate, la inmigración, cuando le exhortó a que se posicionara contra la criminalización de quienes cruzan la frontera. Castro había hecho los deberes y sabía que ahí pillaría a O’Rourke.
De hecho, el ex alcalde de San Antonio fue uno de los que tuvo un desempeño por encima de lo esperado. Fue el único que mencionó la necesidad de renovar el Tribunal Supremo con jueces progresistas -algo que será clave en las elecciones-, habló con energía y cerró su última intervención con un guiño en español: «We will say ‘adiós’ to Donald Trump» (‘Diremos adiós a Donald Trump).
No era la primera vez que aparecía la lengua de Cervantes en el debate. El primero en hacerlo, con la intención de provocar la sorpresa y dejar fuera de sitio a sus rivales fue O’Rourke, nada más tomar la palabra. Pero le salió un español macarrónico y trastabillado: «Necesitamos incluir cada persona en el éxito de ‘este’ economía… Necesitamos incluir cada persona en ‘nuestro’ democracia… Cada ‘votar’, cada votante necesitamos la representación y cada voz necesitamos escuchar». Su intervención se convirtió en carne de ‘meme’ de manera automática.
Fue mejor el español del senador por New Jersey Corey Booker, que también se atrevió y que fue uno de los que salió beneficiado por el debate. Habló más que nadie, incidió en cuestiones de justicia social, desigualdad económica o control de armas: «Hace falta una licencia para tener armas, igual que para tener un coche».
El resto de candidatos pasaron sin pena ni gloria, entre la pasión impostada del alcalde de Nueva York, Bill de Blasio; el autobombo a sus políticas estatales del gobernador de Washington, Jay Inslee; o la sobriedad de la senadora Amy Klobuchar, que dejó pasar una oportunidad de oro para que su mensaje se oyera con fuerza.
Todos parecieron coincidir en el diagnóstico de los problemas de EE.UU. -deterioro de la clase trabajadora, mala cobertura sanitaria, desafío del cambio climático- pero disintieron en las soluciones. Tampoco se pusieron de acuerdo en qué hacer con Trump: ¿’impeachment’? ¿imputarlo cuando salga de presidente? Al menos dejaron los estrados calientes para los gallos de las primarias demócratas, que saldrán hoy a pelear en el mismo escenario.