El reto de cualquier funcionario cuando llega a su puesto no es cumplir el cometido para el cual fue designado o electo, sino poder resistirse a las tentaciones o hasta chantajes de los que llegarán a él para hacer negocios con la «cosa pública».
Asombraría saber que las provocaciones para hacer lo incorrecto llegan desde el peor delincuente hasta personas con alta valoración social por su honestidad lograda cubrir por diferentes razones, pero que un día, simplemente, desvelan la verdad, son lo mismo.
El hacer lo correcto cuesta mucho, el ser honesto, mucho más, posiblemente el puesto. Más de uno ha renunciado a un cargo e incluso, se han retirado de la cosa publica antes de tener que sucumbir a las tentaciones de la corrupción que a veces ha tocado la casa presidencial y hasta otras veces la ha arropado.
Según sea la institución o el presupuesto que maneje se hace más complejo el proceso pues las propuestas pueden ir desde una simple botella a ser facilitados por una licitación amañada y todo lo que no lleve el debido proceso, es ilegal a los ojos del funcionario honesto y hoy, hasta es peligroso.
La corrupción es más compleja de lo que se cree pues llega a confundirse con la camaradería y hasta con la amistad cuando al final el hacer lo incorrecto, es simplemente, penal.
Por esta razón es que muchos apoyan a los políticos a llegar a las funciones públicas siendo pocos quienes lo hacen pensando en el bien común pues al final el corrupto puede llegar a ser justo quien fuera el principal paladín de la pulcra honestidad.
Pocos, muy pocos, son los que logran sobrevivir a las tentaciones no importa si lograron ser agarrados por la justicia o no pues hay procesos que se pueden burlar, cada día menos, pero siempre quedará la conciencia de que se hizo de forma deshonesta y eso, al funcionario incluso que llego honesto y salió manchado, lo marcará para siempre y quien sabe si hablando con sus hijos sienta vergüenza al mentir sobre los mejores valores que puede tener un ser humano.