Entrevistado incomprendido

Hoy me llamó un entrevistador de CID DOMINICANA y luego de repasar muchas preguntas, hacia adelante y atrás, terminé creyendo que era a propósito, ya que parecían ser repetidas. Se apoderó de mí la tristeza al reconocerme ambiguo en mis respuestas.

Entrevistado incomprendido

¿Cómo puede ser que asegure Luis Abinader está gobernando para todos, que está llevando a cabo un gobierno con un balance positivo y, a la vez, crea que el país va mal?

Pronto pasarán cuatro años prometidos como «cambio» y la realidad es que institucionalmente se avanzó poco; algunas instituciones funcionan bien, otras mal, algunas han avanzado pero otras, al igual que antes, están en retroceso. Al ser preguntado sobre la salud, dije que es pésima; la educación, muy mala; y la seguridad ciudadana no existe. Además, el acceso a los servicios básicos sigue siendo tan traumático, como antes.

En las redes sociales, los militantes de los partidos dedican sus vidas a hablar mal unos de otros. Los que hoy gobiernan repasan el pasado «corrupto» y los que ayer gobernaron acusan a estos de nuevos ladrones, mientras que esta noria de la vida es la misma que vimos ayer con otros actores. Nada nuevo, y ahí radica el desastre.

Cada cuatro años se compite por quién gobernará y eso se llama democracia. En los años en que no se compite, los temas son igual de partidistas: ofensas y defensas según el lado en el que quedaste en las elecciones pasadas. Hasta que llegue tu turno, porque si subes, es claro que bajarás y podrás «vengarte» de quienes te mantuvieron abajo.

Mientras esto sucede y penosamente miramos a casi toda Latinoamérica, observamos que el sistema es el mismo: una falsa democracia y ventajas que el desarrollo consiste en obras de infraestructura que, gracias a la corrupción, terminan enriqueciendo a alguien. Los países en Asia, con menos libertades, dedican sus esfuerzos al desarrollo y la investigación. Millones se dedican a los nuevos tiempos, mientras que aquí, en América, estamos entretenidos en elecciones y conflictos sociales eternos, acompañados del necesario asistencialismo que cambia de nombre, pero al final es la incapacidad de estos sistemas para construir nuevos hombres o inventar algo. Más ahora, pendientes de los algoritmos de la estupidez, el ego y el bisturí, los juegos interminables de algoritmos creados por los países ricos que dominan nuestros días.

Pronto votaré por el que considere menos malo o perjudicial para el país, sabiendo que ni el orden está en la agenda de ningún competidor, ni la regulación de los ilegales que cubren cada rincón del país. Menos aún, se abocarán a construir nuevas mentalidades que puedan llevar al país, quién sabe, en unas cuantas décadas, al verdadero desarrollo, el de los recursos humanos.

Es posible que el entrevistador muchas veces no entendiera la ambigüedad de mis respuestas, y es claro que me sentí en un laberinto en el que cada camino me conducía al que ya había recorrido, sin encontrar la posibilidad de salida alguna.

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