Los referéndums de Lombardía y Véneto, celebrados el pasado domingo, certificaron que existen dos Italias. Y todo hace indicar que el clima de división entre centro y periferia, Estado y regiones, aumentará tras las consultas. En su corta historia de unidad –la proclamación del Reino de Italia se hizo en marzo 1861–, el país ha estado marcado en muchos aspectos por una fractura entre el norte y el sur.
Desde hace decenios en Italia se habla de la «cuestión meridional», en contraposición a la «cuestión septentrional». Pero incluso la identidad italiana se presenta llena de matices y particularismos. De ahí que Carlo Azeglio Ciampi, un gran presidente de la República entre 1999 y 2006, en una fase de agudos conflictos territoriales, se esforzara por que la gente amara el himno nacional «Fratelli d’Italia» (Hermanos de Italia) y repitiera una frase para resaltar el pluralismo: «Italia es un País de países, y de ciudades, unido por sus diferencias».
Así lo indican las encuestas. Los ciudadanos se sienten milaneses, napolitanos, vénetos, sicilianos, toscanos, sardos, romanos… e italianos. Y viceversa. Según una reciente encuesta de Demos, solo el 15% de los ciudadanos vénetos desearía separarse de Italia, si bien su región tiene una historia de casi diez siglos de independencia –la República de Venecia fue un influyente Estado desde el siglo IX hasta 1797–. En Lombardía es bastante menor ese deseo de escisión de Italia: en torno al 7,5%. Esto se ha reflejado claramente en la diferencia en porcentaje de votantes que acudieron a las urnas del referéndum, de casi un 20%. En Véneto votó más del 57% y en Lombardía un 38%, con un resultado de abrumadora mayoría a favor de mayor autonomía en ambas regiones.
Adiós al «Roma ladrona»
Las pulsiones en el norte no se inclinan por el separatismo, sino por la autonomía. Sin embargo, los referéndums de Véneto y Lombardía –promovidos Luca Zaia y Roberto Maroni, respectivamente, dos presidentes que son destacados dirigentes de la Liga Norte– han puesto en evidencia un problema político, porque se abre con fuerza la cuestión septentrional y del federalismo fiscal. Lo ha reconocido el gobierno y el exprimer ministro, Matteo Renzi, quien fracasó estrepitosamente al someter a referéndum una Constitución que, entre otras cosas, quitaba las competencias a las regiones y convertía al Estado en más centralista: «No se debe minimizar el resultado del referéndum; es necesario reducir la presión fiscal», dijo Renzi.
Lejos quedan ya los tiempos en que Umberto Bossi gritaba «Roma ladrona», es decir, la acusación de que la capital robaba al rico norte para dárselo al sur. El eslogan ya lo han olvidado, porque Bossi y muchos políticos del norte también han robado. En Véneto, cinco de los presidentes anteriores al actual, Luca Zaia, acabaron implicados en escándalos de corrupción. Ahora el propio Umberto Bossi afirma abiertamente que «todo es cuestión de dinero, es lo único que cuenta; con las competencias no haces nada si no tienes el dinero», afirma.
Desde el independentismo de la Padania que pregonaba el fundador de la Liga Norte, la petición se para hoy en la autonomía, entendida como autogestión de los impuestos. Concretamente, las regiones ricas del norte pretenden quedarse con la diferencia entre lo que pagan sus ciudadanos al Estado y lo que este devuelve a esas regiones a través de las administraciones locales (en el caso de Lombardía, 54.000 millones; y 15.000 millones en Véneto).
El problema es que las regiones del sur siguen sin resolver sus problemas de escuela, sanidad o de transportes. Es más, siguen aumentado las diferencias económicas, agravadas por la crisis, entre norte y sur, lo que se refleja en el empleo, que crece en el centro-norte y se reduce en el sur.
Según Alesandro Campi, profesor de Ciencias Políticas, «el auténtico riesgo de este voto, del que se ha dicho que no estaba dirigido a amenazar la unidad nacional, es que en realidad determine una creciente división del norte del resto del país» y que se desencadene «un peligroso efecto de emulación en todas las regiones que dan al Estado, mediante los impuestos de sus ciudadanos, más dinero del que reciben».
Ese proceso acabaría por «disgregar el tejido civil e institucional del país», sostiene. La misma opinión expresa el profesor de Ciencias Políticas, Roberto D’Alimonte, editorialista de «Il Sole 24 Ore»: «La verdadera solución a la relación entre Estado y regiones hay que encontrarla en una reforma constitucional de la que nadie en este momento tiene ganas de hablar».