En pocos lugares del país ha existido una junta de vecinos tan emprendedora y decidida a la lucha por la paz, la belleza y la limpieza de su entorno como la que operó en la calle París, que batalló durante casi diez años por mantener el esplendor que en 1976 cambió la antigua fisonomía con la construcción de edificios multifamiliares y locales comerciales.
Al principio hubo amagos de desvirtuar su imagen y desaparecer la esencia de esa comunidad donde residían padres y madres con hijos en edad escolar o universitaria que jugaban en las áreas comunes y caminaban por pases peatonales sin peligro.
Quisieron instalar “toda clase de negocios” e invadir los parqueos con sus casas de cambio, cafeterías, pescaderías, colmados, fruterías, “boites”…
La Junta hablaba con los invasores amistosamente y lograba espantarlos por la vía del convencimiento.
Pero la amenaza fue constante, agresiva, creciente, y los propietarios no eran ya escuchados. Buscaron apoyo en el Congreso Nacional, el Ayuntamiento, la Policía.
Iván Rodríguez y su hijo Jorge Iván, así como Fausto Monegro, recuerdan esos días de arriesgado batallar, depositar querellas, presentar magistrales exposiciones en la sala capitular. Siempre los escucharon. No todo el tiempo fueron atendidos sus reclamos.
Si en el destacamento policial de Villa Francisca existen archivos, el expediente más voluminoso debe corresponder a las quejas de esta Junta. En el cabildo, sus miembros se hicieron tan familiares que los nombraron inspectores honoríficos.
“Sin embargo, no obteníamos resultado con los vendedores, aunque llegó un momento en que pudimos alejarlos, haciendo valer nuestros derechos, y seguimos vigilándolos, formamos una red de supervisión, nos turnábamos y los quitábamos”, refiere Jorge Iván.
Añade que mantuvieron esa lucha por un tiempo, “siempre buscando que las autoridades nos cumplieran”, dice Jorge, recordado por su brillante intervención en una sesión en la que recibieron el voto favorable de “Cristina Lizardo, Reinaldo Pared Pérez, Ignacio Ditrén y Rafael Suberví”, para quien los entrevistados tienen palabras de reconocimiento”.
“Fello se reunió con nosotros en la Sociedad Luz y Progreso, le presentamos un proyecto para quitar a los vendedores, que consistía en asociarlos y hacerles un mercado regenteado por las partes, con horarios hasta las seis de la tarde para que la París quedara limpia, descongestionada. El mercado estaría detrás de la París”, agrega.
Suberví Bonilla no solo aprobó el plan, sino que lo inició, pero entonces, “el Mercado Modelo se vació y bajaron de allá todos los vendedores, se frustró esa parte”.
Ese alcalde también les creó la primera Policía Municipal de Santo Domingo, según los Rodríguez y Monegro, quienes recuerdan como el jefe a Gerardo Marte Hernández, ex constitucionalista de abril que logró imponer el orden.
El infierno. Concluida la gestión de Suberví, comenzó el infierno de los residentes en la París, según el recuento de Iván Rodríguez Pilier, su hijo Jorge y Fausto Monegro.
“Seguimos reclamando, ya los vendedores se habían instalado masivamente y tal como lo hicimos con Suberví acudimos a Rafael Corporán, y en una de nuestras exposiciones la respuesta que nos dio Joseíto Mateo, entonces regidor, fue que a Villa Francisca había que convertirla en una gran parada de guaguas. Hubo una repulsa mayoritaria a esta propuesta, con la que el ayuntamiento daba largas a la problemática”.
Expresan que lo que decidió ese organismo fue construir la “Plaza de los buhoneros”, en la esquina con José Martí, dejando a los vendedores de la París.
Esta plaza “se mantuvo cerrada por mucho tiempo por problemas para la distribución de espacios. Los vendedores de la París siguieron y nosotros nos mantuvimos peleando para que recogieran la basura, limpiaran los orines y las heces fecales”.
Poco a poco los dueños de apartamentos fueron perdiendo la batalla. Comenzaron a mudarse y sus viviendas fueron adquiridas para nuevos negocios o garajes de guaguas.
Si recibían invitados debían pedir permiso a los vendedores para que estos pasaran. No dormían a ninguna hora. Fausto Monegro recuerda que a su padre le dio un dolor en el pecho y fue tal la espera para abrirle paso, que falleció al llegar al hospital. Otros estuvieron de psiquiatra. Un diplomático fue a visitar a Iván Rodríguez y lo despidió aconsejándole: “Múdate de este lugar”.
Los comerciantes pinchaban neumáticos a los carros privados o colocaban grandes sacos para impedirles estacionarse.
Los choferes habilitaron paradas de guaguas que van a San Isidro, El Almirante, Invivienda… En la esquina con Juana Saltitopa se dirigían donde fuera el pasajero. “Había una concentración muy grande desde el parque Enriquillo”.
El parqueo que tenía asignado cada condómino, fue ocupado, y en los descansos y debajo de las escaleras, cuerdos y enajenados hacían sus necesidades y dormían.
Jorge conserva un archivo de documentos con la historia de esta Junta que en un momento logró “pasar de una calle extremadamente sucia a una calle limpia. Lunes, miércoles y domingos hacíamos limpieza general”. Pero la invasión continuó y los dueños de negocios se envalentonaban.
Por defender el pedazo donde un gran vendedor colocó más de 25 furgones de manzanas y uvas con un gran compresor encendido 24 horas, Jorge Iván fue agredido por este cuando regresaba de denunciar el abuso.
“En la París no se duerme”, exclama don Iván. “Es una vía de carros recogiendo pasajeros las 24 horas, hay paradas de motores, voladoras que van a Boca Chica y San Pedro de Macorís, familias que duermen debajo de los mostradores de sus negocios donde tienen camas, abanicos, televisión. Defecan en funditas y orinan en botellas que lanzan a la calle o colocan bajo las escaleras”.
La París es “un solo mal olor, un infierno”.
“Frente a todo ese proceso de lucha permanente, los policías comenzaron a pagar dinero para que no los quitaran, porque prestan a los comerciantes a rédito y quieren vigilar sus intereses”. La Junta guarda recibos de pagos y préstamos.
Bajo carpas improvisadas, tarantines y en apartamentos que fueron destruidos en su interior para convertirlos en tiendas, en la París se vende de todo lo que se come, se usa, se viste, se calza. Era de tres carriles, ahora de uno porque los laterales son negocios.
Se dice que asaltan al transeúnte y roban en las edificaciones, “huelen cemento”, se ofrece y se vende sexo. Los “pulgueros” o “agáchate” abarcan varias cuadras.
“Si acaso queda un propietario de apartamento lo está vendiendo a precio de vaca muerta”, significa don Iván.
¿No hubo voluntad oficial que evitara este desorden?
“La París es un botín electoral, ningún síndico quiere quitar los buhoneros, son miles de votos, no quieren echárselos en contra”, responden. “Eso es un mercado de votos”, reiteran.
¿Sería posible recuperar el brillo que tuvo la París en años mejores?