En solo ocho años, Kurz se convirtió en Secretario de Estado, ministro de Relaciones Exteriores, presidente del ÖVP (Partido Popular Austríaco) y, finalmente jefe de Gobierno de Austria. Secretario de Estado con 25 años y ministro de Exteriores con 27, su dedicación a la política le ha impedido acabar sus estudios de derecho los cuales abandonó voluntariamente antes de graduarse para centrarse en el trabajo.
En 2017, con solo 31, dio un golpe de mano y se hizo con el poder en el Partido Popular, reorganizándolo a su imagen y semejanza y dinamitando desde dentro la gran coalición con el SPÖ, lo que forzó unas elecciones en las que logró el 31,7% de las papeletas, el mejor resultado del partido en una década.
Debe parte de su éxito a que ha asumido muchas de las políticas antimigratorias y el lenguaje de los ultras. También ha logrado identificar a su partido como una opción de cambio y renovación y ha osado plantarle cara en cuestiones de inmigración a la canciller alemana Angela Merkel cuando el resto de los populares europeos guardaban silencio. Su simpatía y su atractivo personal juegan sin duda también un papel en su ascenso político, además de su elegancia y talante diplomático.
Kurz se distingue por defender las políticas más duras sin decir una palabra más alta que otra y sin jamás insultar o descalificar al contrario. Es un político más de hechos que de palabras. Durante sus 17 meses de Gobierno impulsó políticas de mano dura en temas de extranjería, acompañadas por medidas de ahorro y alivio fiscal. Hubo de dejar en manos de políticos de ultraderecha los importantes ministerios de Interior, Defensa y Exteriores y varios servicios de inteligencia europeos limitaron su colaboración con Austria por la cercanía del FPÖ con el partido del presidente ruso, Vladimir Putin.
Si para sus fieles es un trabajador incansable y meticuloso, para sus críticos es un producto de mercadotecnia, pero incluso estos reconocen su talento y agudo instinto político.