La gestión del ocio, la cultura y el entretenimiento es una herramienta poderosa de transformación y debe ser un eje transversal para la gobernanza local.
Analía Iglesias reseña, en este mismo blog, Seres Urbanos de Planeta Futuro/El País, un encuentro de la plataforma 21 Distritos de Madrid, durante el cual asimilaron que el arte era “un conjunto de herramientas para pensar las cosas”, vinculándola a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.
Esta y otras reflexiones también se expresan en la Carta de Roma 2020, una guía universal elaborada por la Comisión de Cultura de CGLU (Ciudades y Gobiernos Locales Unidos) y el Ayuntamiento de Roma, tras un proceso de consulta y seminarios entre expertos de todo el mundo que se llevó a cabo durante los meses más duros de la pandemia.
Tanto el encuentro de la plataforma 21 Distritos de Madrid, como la Carta de Roma 2020, me recuerdan mi experiencia como director de cultura de la alcaldía del Municipio Simón Bolívar del estado Anzoátegui-Venezuela en el año 2014. En ese entonces se discutía un plan para la restauración del centro histórico de Barcelona, capital de dicho municipio. Este se centraba en gran medida en aspectos de infraestructura. Recuerdo que, entre tantas reuniones con arquitectos, ingenieros y constructores se demostró que la piedra fundamental de cualquier proyecto de intervención del espacio público era la acción artística, única capaz de restaurar el alma de los ciudadanos porque es la “forma en la que las personas transforman la experiencia en significado”.
En escenarios polarizados, resulta complicado que la dirigencia política entienda el “valor social de la cultura, donde las personas, no los beneficios, son su corazón y su propósito”. Estas dos últimas frases son citas textuales, del documento de la comisión responsable de CGLU.
Ser responsable de la política en este sector de un municipio o ciudad implica comprender el comportamiento, idiosincrasia y anhelos de sus ciudadanos por encima de cualquier ideología. Registrar e interpretar su historia, diversidad y velar por el patrimonio tangible e intangible, aunque en algunos casos resulte complicado tener sensibilidad artística y estómago político al mismo tiempo.
Ser responsable de la política cultural de un municipio o ciudad implica comprender el comportamiento, idiosincrasia y anhelos de sus ciudadanos por encima de cualquier ideología
Los escenarios y plataformas de participación deben ser vistos como consejos rectores en nuestras ciudades, ya que no solo son un ejercicio claro de democracia y representación, también son capaces de impulsar con facilidad cambios desde un sentido inverso a la lógica del poder. Es decir: las políticas se emanan desde la organización social y la institución acompaña en su ejecución.
En Latinoamérica necesitamos avanzar mucho más en este sentido, aun cuando se ha demostrado, a través de distintos programas, el poder transformador que tiene. Tal es el caso de la música a través de los programas de Orquestas Infantiles y Juveniles que tienen un impacto significativo en la reducción del índice delictivo entre la población adolescente que habita en sectores populares.
En muchos de nuestros países, tareas como la construcción, recuperación o mantenimiento de la infraestructura cultural e histórica requieren mayor inversión y atención. En el caso de la ciudad para la cual trabajé, los museos parecían depósitos de antigüedades y los espacios con significación histórica, ruinas en cuyos alrededores el concreto crecía indiferente.
Para ese entonces, detrás de cada puerta que abríamos, encontrábamos tesoros y reliquias, muchas de estas bajo lápidas de infraestructuras que no soportaron el peso de los años y la indiferencia. Estos hallazgos nos hacían soñar. Imaginamos la posibilidad de que el Museo Anzoátegui o la Casa de Cultura Miguel Otero Silva, pudieran intercambiar experiencias o exposiciones con grandes museos del mundo. Añorábamos que todo el talento que descubríamos pudiera darse a conocer fuera de nuestras fronteras.
A través de una ruta cultural y gastronómica abrimos las puertas de las casas con significación histórica. Iluminamos los teatros, las ruinas y los museos. La gente comenzó a entrar, a encontrarse, crear, recordar e imaginar. Son muy diferentes los contextos de nuestras ciudades que además afrontan distintas circunstancias, pero hay instrumentos comunes para garantizar el cumplimiento del articulo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. La Carta de Roma 2020 de CGLU es uno de estos.