…El que le quita al pobre, es el peor cobarde, ponle una Cruz a la puerta, La calle está que Arde.
El Castigador (2017), Rita Indiana
Tengo fresco en mi memoria, a pesar de ser un adolescente en aquel entonces, el recuerdo de aquel mayo de 1990, sentado durante largas horas en el perímetro próximo a la Junta Central Electoral (con la misma fachada de hoy), frente a la misma plaza de la bandera donde he estado durante varias de las noches posteriores a la debacle electoral del domingo 16 de febrero, acompañando con respeto y discreción a miles de jóvenes y adultos que cívica y pacíficamente están dando ejemplo al mundo de lo que es conciencia colectiva y amor a la patria que los vio nacer.
En aquel 1990, tras la división del PRD entre Peña y Majluta, Juan Bosch y el PLD de aquel entonces, se convirtieron en la opción imprescindible para “sacar a Balaguer” del Palacio. Una sensación de cambio similar a la presente (y similar a la que luego viviríamos en 1994) llenaba la atmosfera social, Balaguer estaba acorralado y por ende derrotado, era cuestión de tramite para completar la victoria del cambio que representaba “Ahora Bosch” y en consecuencia traer de regreso aquel proyecto de democracia castrado por los golpistas de 1963.
¿Qué paso entonces que Balaguer se quedó cuatro años más?
Compra de cédulas, voto rural vs voto urbano, fraude tecnológico, compra de delegados, traidores internos en el PLD, gobiernos extranjeros conspirando, deficiencias con las actas de todas las mesas, pequeños burgueses detrás de sus cargos congresuales y municipales, prensa manipulada, oposición fragmentada que reconoce triunfo a pesar de las evidencias de fraude, jueces de la JCE condicionados, amenazados y cómplices del poder de la época, elites comprometidas con que “todo siga como esta”, autoridades eclesiásticas y empresariales conspirando contra la victoria del cambio, el cóctel perfecto para evitar que el país fuera gobernado de forma honesta y distinta, la misma receta se aplicaría en 1994 y las consecuencias serian aquel nefasto pacto de la democracia, la transacción de elite que luego traería aquel frente patriótico de 1996 con las consecuencias conocidas por todos, hasta hoy.
¿Qué podemos aprender los que hoy enfrentamos esta coyuntura siendo adultos y políticamente activos?
La calle no puede sustituir las urnas, ni las urnas pueden dejarse solas sin la calle, ni los políticos tienen que mandar al pueblo, ni el pueblo puede quedarse sin políticos comprometidos con la causa, ni la causa puede morir en manos de los “consensos institucionales”, ni los consensos pueden ser generados y pactados desde las minorías privilegiadas o desde las cumbres de jefes de partidos, como tampoco desde los simulacros de diálogo nacional por que el país necesita “paz y orden”.
La democracia dominicana necesita limpiarse de simulacros, de liderazgos “imprescindibles” para la negociación y la transacción, necesita menos gente hablando en medios y más medios de participación de la gente común. A la democracia dominicana le urge el oxigeno de la plaza, movimiento y experimento de poder horizontal, necesita mucho del talento, la creatividad y la alegría de los miles de jóvenes que han dicho presente cada día en el espacio común siendo por fin comunidad y claro necesita de la ayuda del Castigador de Rita Indiana: Clavo con clavo, soga con Sal, to´los corruptos, van a temblar, cuando me suba el castigador, Flor de justicia del trovador. Continuará…