La derecha utiliza a los haitianos como tema de conversación principal. Su enfoque consiste en tildar de traidor al gobierno de turno, criticar todo lo relacionado con los procesos de migración legal y regularización, ignorar los maltratos que sufren los dominicanos en el extranjero y señalar con énfasis a cualquier persona de tez oscura cuando comete un error.
En lugar de responsabilizar al empresariado que ha llenado sus arcas pagando salarios miserables y tratando a los trabajadores ilegales como esclavos, la derecha apunta sus dedos hacia los haitianos. Algunos de los mismos que promueven esta retórica disfrutan de lujosos viajes a Dubai y poseen pasaportes europeos.
La derecha se apropia de cada haitiano y cada tema para prevalecer, siempre con el «patriotismo en la boca», mientras permiten que figuras como Pompeo interfieran en la elección de un presidente o que senadores se involucren en el sistema carcelario dominicano, como si este fuera parte de su jurisdicción, olvidando que República Dominicana es un país independiente.
El contrabando de personas lleva a haitianos de vuelta al país, incluso aquellos que fueron deportados hace apenas dos meses. Esto colapsa los hospitales con mujeres embarazadas temporales y resulta en una invasión constante y despiadada del territorio, sin regulación alguna. A pesar de ello, la derecha ha convencido a la población de que la construcción de un muro es la solución, en lugar de aplicar medidas efectivas de regulación interna.
Mientras las organizaciones gubernamentales vigilan al país como si estuvieran cazando a los haitianos, la derecha interna fomenta el odio, disfrazándose de «nacionalistas». Los políticos irresponsables de ambos lados de la frontera solo logran exacerbar el odio entre los pueblos, lo que hace que la República Dominicana, al tener su territorio invadido por lo que consideran «el enemigo», tenga todo por perder.
La adopción de una política de dominicanización interna y regulación de la inmigración ilegal, junto con la deportación de ilegales, debe convertirse en la norma. La impunidad en relación a la migración ilegal y el lucrativo negocio del tráfico de personas han sido una parte vergonzosa del status quo que ha acompañado la corrupción rampante a la que lamentablemente la población dominicana se ha acostumbrado en las últimas décadas.
Es posible que a Luis Abinader le toque afrontar la realidad y abordar este tema con honestidad, convocando a todas las fuerzas políticas responsables y llevando a cabo un plebiscito transparente. El país no puede soportar más desregulación, ya que esta se ha convertido en un cáncer que se propaga y se complica debido a los conflictos en la frontera, incluso la posibilidad de guerra, en la que los dominicanos serían los más afectados debido a la penetración de «tropas» en cada rincón habitado.
La realidad no puede ser ignorada, y es innegable que el camino que hemos seguido no es sostenible. Mientras tanto, las derechas continúan disfrazándose de patriotas falsos, enfocándose en los «inmigrantes explotados y casi esclavizados» que llevan una vida en su mayoría miserable, olvidando que estos individuos han abandonado su amada patria en beneficio de aquellos que se han enriquecido, en gran parte, a su costa. Las derechas ultraconservadoras prometen una «mano dura», pero evitan señalar a quienes han creado un negocio infinito y millonario a expensas de los haitianos y viven en lujosas torres construidas con el sudor de estos trabajadores.