La tendencia de los acuíferos dominicanos a un menor contenido por la deforestación que debe nutrirlos, la desaparición de corrientes fluviales y el creciente impacto negativo del cambio climático con estiajes prolongados, está ahora sombríamente acompañada del fenómeno que hace subir el nivel del mar por el deshielo de los casquetes polares y convertiría el agua no apta para consumo en destructiva invasora de tierras bajas cercanas a las costas.
Mientras el país parece ver distante que el mar y el océano que lo circunvalan avancen hacia lo seco, un estudio científico de Walter Vergara y Seraphine Haeussling advierte para corto tiempo los riesgos particularmente importantes que representan para República Dominicana ciertos cambios en el comportamiento de la naturaleza, siendo este territorio el cuarto más expuesto a los eventos de clima extremo en la región del planeta en que está situado.
En cuanto a disponer de agua para consumos, humano, agrícola, energético e industrial, los estudios hidrográficos tienen contados algunos de los ríos que han desaparecido o están en camino de secarse: Nigua, Baní, Ocoa, Yubaso, Tábara, Panzo, Estero, Barrero y el San Juan, además de innúmeras cañadas y riachuelos que les tributaban.
Sobre los derretimientos de glaciares y témpanos desprendidos de masas heladas árticas y antárticas ensanchando mares de todos los confines, hay que mencionar la particular vulnerabilidad que presentan las ciénagas y tierras bajas al oeste del río Bajabonico, el llano de Bajabonico o tierras bajas de Luperón, la llanura de Puerto Plata, valle del río Yásica y llanuras de los ríos San Juan, Boba y Nagua.
En República Dominicana tienen cada vez más presencia las instalaciones a orillas del mar creadas con inversiones millonarias, para fines turísticos fundamentalmente, y ya se reciben los oleajes anormales y extensos mantos de sargazo que se desplazan hacia bordes playeros atribuibles también a alteraciones ambientales globales.
Se trata de repercusiones sobre el ambiente con las que resulta difícil lidiar y que irán dando crecientes motivos para colocar entre signos de interrogación el futuro a mediano plazo de una parte importante de la industria turística, columna de toda importancia para la economía nacional.
Los muchos y crecientes enclaves para vacacionistas de los litorales del Este obligan a enfocarse desde ahora, como en otras partes del mundo, en el impacto que tendría la crecida marina hacia unas tierras firmes escasamente situadas por encima de la magnas masas de agua que las bordean y deberían emerger ya las iniciativas públicas y privadas sobre las obras de ingeniería que servirían de contención a oleajes altos y proyectarse hacia la posibilidad de que fuera a ser necesario disponer evacuaciones de asentamientos humanos.
Sobre aguas interiores
La importancia que durante los gobiernos del doctor Joaquín Balaguer cobraron las obras hidráulicas sirvió para que ahora existan treinta y cuatro presas que tienen dotado al país, parcialmente, de estructuras que permiten aprovechar el agua mediante el almacenamiento para usos agrícolas, domésticos y energéticos y poner control sobre avenidas de ríos.
Además, los embalses pueden representar en mayor medida que la actual fuentes de producción de alimentos de la piscicultura, actividad de alto valor para la nutrición y la creación de medios de vida para los dominicanos.
Pero, la mayoría de los diques de hormigón situados en distintos puntos de la geografía fueron levantados hace más de 30 años, como si el paso del tiempo llevara vertiginosamente a un segundo plano la política desarrollista que venía al rescate de los recursos fluviales para que no prosiguiera la vana tributación al mar de una riqueza natural.
Después de muchos tropiezos, luchas comunitarias y pasos en falso, volvieron hace poco las maquinarias y brigadas de trabajadores, dirigidas por expertos del área de construcciones de fines hidráulicos, para retomar el armado de la presa de Monte Grande, obra a la que cíclicamente se le había dado la espalda aun estando bien identificada la significativa influencia benéfica que derramará sobre una parte de la región Sur.
Un reportaje de Lilian Tejada, divulgado hace cerca de un año, recordaba que la historia de las infraestructuras que crean lagos artificiales comenzó bajo el dictador Trujillo con la presa de Jimenoa, represora del río del mismo nombre en Jarabacoa.
Tras reducirse el volumen de las inversiones que Balaguer dirigió al aprovechamiento de los caudales de lluvia, entre las más recientes edificaciones de presas figuran La Piña, ubicada en Dajabón, de un millón de metros cúbicos en su embalse dispuesta por el entonces presidente Danilo Medina, y la de Palomino, sobre los ríos Yaque del Sur y Blanco, que sirven para riego y electricidad y que el país hereda de la gestión presidencial de Leonel Fernández.
Mas que perder
El atraso en levantar diques reguladores coloca una espada de Damocles sobre habitantes del 60% del territorio nacional, vulnerable a inundaciones, estando República Dominicana en la lista de los diez países del mundo que enfrentan la mayor debilidad financiera ante desastres naturales.
Un estudio de la Comisión Europea de años atrás pero enfocado en situaciones que no han cambiado explicaba que las inundaciones dominicanas tienen origen en diversas causas y no únicamente en las lluvias.
Huracanes, tormentas y tornados originaron la mitad de las anegaciones que causaron daños habitacionales y generaron miles de damnificados.
Se olvida frecuentemente que este es un país situado «en el mismo trayecto del sol» pero también de los más destructivos fenómenos atmosféricos de abrumadora periodicidad.
Un dato oficial del año pasado demuestra que los habitantes de esta parte de la isla Hispaniola no solo sufren por la abundancia de precipitaciones y ráfagas: también porque el acceso a servicios públicos básicos sigue siendo muy desigual y en general de muy baja calidad sobre todo para las personas de escasos recursos.
Por ello menos del 50% de la población dispone de agua en sus hogares y la situación de varios ríos que deberían ser útiles para suministros esenciales han ido muriendo por la contaminación, la reducción de lluvias sobre algunos relieves montañosos despoblados de bosques y porque la extracción de materiales de los ríos los deja sin la impermeabilidad natural que evitaría que su caudal desaparezca en el subsuelo.