En una playa desierta en el sur de Tailandia, una tortuga cava un nido para poner un centenar de huevos blanquecinos, cubrirlos nuevamente de arena y volver a las aguas del mar de Andaman.
Desde el comienzo de la pandemia y la disminución del turismo, aumentó el número de tortugas marinas que acuden a desovar a este reino del sureste asiático, donde los científicos tratan de preservar esta especie amenazada de extinción.
Esta tortuga verde, observada en el islote de Koh Maiton cerca de Phuket (sur), no volverá para vigilar sus huevos. Eclosionarán en unos dos meses y las crías se deslizarán hacia el agua, guiadas por la luz de la luna.
Solo una de cada 1,000 llegará a la edad adulta.
Las aguas cálidas que bañan Tailandia acogen hasta cinco especies de tortugas marinas: laúd, verde, carey, golfina y caguama.
«Su nidificación ha mejorado en estos dos últimos años gracias a la ausencia de turistas, de contaminación acústica y luminosa», explica a AFP Kongkiat Kittiwatanawong, director del Centro de Biología Marina de Phuket.
Esta isla paradisíaca acogía millones de visitantes antes de la crisis, que provocaban importantes molestias a estos animales como el exceso de construcciones en el litoral o la superabundancia de lanchas fuerabordas.
Pero durante meses, todo se detuvo, permitiendo a la naturaleza recuperar su espacio.
Entre octubre de 2020 y febrero de 2021, 18 nidos de tortugas laúdes, la especie más grande que puede llegar a 400 kilos, fueron encontrados en Phuket.
«Nunca habíamos visto un número así desde hace 20 años», se ilusiona Kongkiat Kittiwatanawong.
También se halló un nido de tortuga golfina, el primero en 20 años.
En India, Filipinas o Estados Unidos se observaron fenómenos similares.
Sin impacto a largo plazo
Pero ahora que Tailandia empieza a reabrir tímidamente sus puertas al turismo, los científicos moderan su optimismo.
«La pandemia puede ofrecer a las tortugas marinas una pausa saludable», señala Thon Thamrongnawasawat, de la Universidad Kasetsart de Bangkok.
Pero «sin política eficaz para protegerlas, no pensamos que esta crisis del covid tenga un impacto real a largo plazo», añade.
Estos animales tienen una gran longevidad, de hasta 100 años en determinadas especies. Y en Tailandia, como en muchos otros países, su futuro se ve amenazado por el cambio climático y la actividad humana.
El calentamiento global estropea los arrecifes de coral donde viven e impacta la repartición de sexos. Cuanto más caliente es el nido, mayor es la posibilidad de que salga una hembra, lo que puede alterar el equilibrio de poblaciones.
Además, los desechos marinos siguen siendo la primera causa de enfermedades y decesos.
«En un 56% de casos, las tortugas que nos traen han ingerido (desechos) o se han encontrado atrapadas en ellos», explica la doctora Patcharaporn Kaewong, del Centro de Biología Marina de Phuket.
Sus instalaciones acogen actualmente 58 ejemplares que están siendo curados. Algunos deben ser operados, otros amputados y equipados con una prótesis antes de ser devueltos al mar.
Sinergias con los locales
Científicos y autoridades locales están alerta para toda la temporada de nidificación, que se alarga hasta febrero.
Cuando se detecta un nido, los agentes intervienen. Si la tortuga ha desovado demasiado cerca del agua, lo desplazan a un lugar seguro.
Si no, los nidos son protegidos con vallas de bambú y se organizan patrullas de vigilancia.
«Tras la eclosión, nos hacemos cargo de las tortugas débiles hasta que sean suficientemente fuertes para ir al mar», explica Patcharaporn Kaewong. Su equipo instala también cámaras cerca de los nidos para educar a la población local.
El consumo de huevos era todavía una práctica habitual en Phuket hace algunas décadas.
Desde 1982 está prohibido recogerlos y el reino no ha dejado de endurecer la legislación. Poseer ilegalmente o vender huevos de tortugas laúd está actualmente castigado con entre 3 y 15 años de cárcel y una multa de 10.000 a 50.000 dólares.
Las oenegés también recompensan financieramente a los locales que avisan de la presencia de un nido.
Los especialistas acuden además a las nuevas tecnologías, como los sistemas por satélite o los chips electrónicos, para observar a los animales.
«Gracias a este rastreo, hemos observado que pueden migrar mucho más lejos de lo que pensábamos», explica Kongkiat Kittiwatanawong. Algunas llegan al norte de Australia, a miles de kilómetros de las playas paradisíacas de Phuket.