Los crímenes y violaciones contra Khashoggi, Qatar y Yemen le pasan factura a Arabia Saudí

mohamed bin salmanEsta martes se ha votado en Naciones Unidas la incorporación -o reincorporación- de 15 países al Consejo de Derechos Humanos (CDH) de la ONU. Entre los candidatos se encontraban varios países señalados como flagrantes violadores de derechos humanos, como Cuba, China, Arabia Saudí o Rusia. El posible ingreso de estos países al CDH ha provocado numerosas campañas, promovidas por ONGs, organismos y líderes locales e internacionales, reclamando que no se apoyara su entrada. Sin embargo, por la concurrencia de candidatos y las vacantes estaba más que claro que varios de estos Estados se reincorporarían para un nuevo mandado (cada mandato dura tres años). Ese ha sido el caso de Cuba y de Rusia, que se presentaban en regiones en las que no tenían competencia. No sucedía lo mismo con China y Arabia Saudí, que competían junto a otros tres países -Nepal, Pakistán y el debutante Uzbekistán- por cuatro asientos. Sin embargo, la historia hacía poco probable que los dos grandes se quedaran fuera del CDH, pero el martes saltó la «sorpresa»: Arabia Saudí no lograba un asiento en este organismo por primera vez desde su fundación en 2006.

 

«En un resultado sorprendente», asegura a ABC Adam Dubin, profesor de Derecho Internacional, experto en derechos humanos, en la Universidad Pontificia Comillas. Aunque, añade, «lo sorprendente y quizás vergonzoso de esta votación es precisamente que se esperaba que Arabia Saudí fuera elegida a pesar de su horrible historial de abusos. Se esperaba que se uniera a otros graves violadores de los derechos humanos, incluidos China, Cuba, la República Democrática del Congo y Sudán, solo por nombrar algunos». El hecho de que en esta ocasión no se haya unido lleva a plantearse por qué no fue elegida a pesar de estar «en buena compañía».

Unas de las causas para frenar su ingresos estaría en que las ONG de derechos humanos «lanzaron una campaña de cabildeo organizada y eficaz en los pasillos de las Naciones Unidas» para evitar que Arabia Saudí ganara apoyos. Esto quizás no fue tan difícil de lograr, apunta Dubin, «considerando las continuas críticas a Arabia Saudí durante los últimos años debido a muchas violaciones de derechos humanos de alto perfil».

La cara pública de las violaciones

«Riad no es ajeno a las críticas por sus abusos contra los derechos humanos perpetrados contra periodistas y opositores políticos, mujeres y niños, y presos que se enfrentan a ejecuciones masivas -continúa-. En los útimos años, sin embargo, Mohamed bin Salman se ha convertido en la cara pública de una serie de violaciones graves y de alto perfil de los derechos humanos que han sacudido a la comunidad mundial, quizás más que antes». Entre ellas se encuentra, el asesinato y desmembramiento de Jamal Khashoggi, periodista crítico con el Príncipe Heredero, que fue «grabado en parte y aparentemente ordenado por el más alto nivel del Gobierno saudí», recuerda el analista. Un asesinato que provocó la condena internacional contra el régimen. Una condena a la que, sin embargo, no se sumaron todos los países. «Estados Unidos, que abandonó el Consejo de Derechos Humanos bajo la presidencia de Trump, se ha negado repetidamente a condenar el asesinato y ha optado por priorizar los intereses económicos sobre los derechos humanos». Esto, sin duda, «ha tocado un nervio entre muchos países que esperaban que Estados Unidos liderara el llamamiento a una investigación internacional contra el Reino», argumenta Dubin.

Pero no es la única violación de derechos humanos que le ha pasado ahora factura a Arabia Saudí, un país que estuvo detrás «de muchas de las campañas de bombardeos y embargos en Yemen, que causaron hambre y muerte entre miles de yemeníes, entre ellos niños, cuyas imágenes moribundas aparecieron en las portadas de los periódicos internacionales», relata el profesor de Comillas, que añade otro factor que ha podido influir en este resultado. «También es posible que el país haya perdido algo de apoyo debido a la actual crisis diplomática que encabezó contra Qatar, creando una división geopolítica desestabilizadora en la región del Golfo».

Geopolítica y «postureo»

A pesar de que Arabia Saudí no ha logrado un asiento, si lo han hecho otros Estados que violan de manera sistemática los derechos humanos. Países que una y otra vez presentan su candidatura y logran su ingreso. Es lo que ha sucedido tras la votación de esat semana. Tanto Cuba como China empezarán, en enero de 2021, su quinto mandato, mientras que para Rusia será el cuarto.

«La razón por la que hay tanto interés en formar parte del Consejo es porque, de cara al público, ayuda a legitimizar al régimen. Es una especie de postureo -señala Dubin-. Es decir, formar parte de un Consejo en que el país ha ido elegido por la Asamblea General, supuestamente muestra su compromiso en proteger los derechos humanos. Y esta información se transmite a la población como “propaganda”». Además, es una forma de luchar contra las críticas de las ONGs y otras organizaciones. «Para ellos, pertenecer a este organismo es una legitimización de su compromiso con los derechos humanos, que, sin embargo, deslegitimiza el trabajo del Consejo». Budin también se refiere a la politización del organismo, una de las razones que provocaron el desprestigio de su antecesora, la Comisión de Derechos Humanos. «En el CDH se trabaja mucho según líneas geopolíticas. Por ejemplo, los países africanos muestran muchas veces su apoyo hacia China en los procesos de Peer Review (por razones económicas); mientras que los países árabes lo hacen contra Israel, y Estados Unidos (que abandonó el organismo en 2018) usaba su plataforma en el Consejo para ir en contra de Irán».

Lo cierto es que la historia del organismo que se ocupa de los derechos humanos en la ONU está teñida de luces y sombras. Hasta septiembre de 2005 esas funciones las ejercía la Comisión de Derechos Humanos (formada por 53 miembros), que apenas se reunía siete semanas al año. En marzo de 2006 se refundó, bajo el nombre de Consejo de Derechos Humanos (integrada por 47 países), «en un intento de cambiar el funcionamiento, pero de aquella manera», explica a ABC Jesús Núñez, codirector del think tank Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH): «Quién es el juez imparcial que determina quién viola los derechos humanos y quién no. Eso por un lado. Por otro, con qué criterio estableces que se puede entrar en ese Consejo -reflexiona-. Porque si el criterio es que cualquier violación de derechos humanos impediría formar parte del Consejo, no habría ni un solo Estado miembro en él porque todos los Estados del planeta, todos, lo digamos abiertamente o no, violan los derechos humanos», enfatiza Núñez. «¿Dónde pones la raya?», se pregunta el analista: «Romper tobillos cuenta, pero romper cabezas, no. Por tanto, entran en ese Consejo los países que determinan que quieren entrar».

Pero, ¿cuáles son las motivaciones que llevan a los Estados que violan de manera sistemática los derechos humanos a querer sentarse en el CDH una y otra vez? En opinión de Núñez, responde a una cuestión de imagen: «Yo estoy ahí, por lo tanto me preocupan los derechos humanos». Otra razón para entrar -«que ya ocurrió con la Comisión»- es intentar«bloquear los informes que hagan contra tí, llegando a la aberración de que la Libia de Gadafi tenía la presidencia de la Comisión (2003), lo que provocaba que el consiguiente informe sobre ella ni siquiera salía, y si lo hacía, era completamente descafeinado». Es preciso recordar, que Libia es el único país hasta ahora que ha sido expulsado del CDH, lo que sucedió en 2011. Una expulsión que Núñez cuestiona: «Se podría decir que fue de forma arbitraria, por qué sí ese país y otros no, como Arabia Saudí o China… Todos los países del mundo violan los derechos humanos. Dónde dices hasta aquí hemos llegado, y quién lo dice, que sea objetivo e imparcial y no esté contaminado por otros intereses». Ese «pecado original se arrastra ya desde la Comisión», y ha sido heredado por el Consejo.

Cambiar cromos

En cuanto a las votaciones sobre los informes entre los Estados miembros del CDH, para Núñez se trata de pura geopolítica. «Se cambian cromos. Yo descafeino mi voto, si tu a cambio me ofreces algo en otro capítulo». El analista lamenta también que al CDH no se le tome tan en serio a la hora de tomar decisiones, como sucede con otros organismos de la ONU, tales como el Consejo de Seguridad. Sobre la importancia y los efectos de las investigaciones y decisiones que lleva a cabo el organismo, considera que las votaciones que hoy por hoy se realizan en el CDH, denunciando violaciones o crímenes de lesa Humanidad, como es el caso del último informe contra el Gobierno de Nicolás Maduro, no deja de ser «un canto al sol», que no va más allá de sonrojar al país en cuestión de derechos humanos. «Esto no quita que este tipo de informes se utilicen en otros foros a la hora de aprobar una sanción, apoyándose en las evaluaciones del CDH».

Nuñez reconoce su frustación ante un organismo con una función muy limitada. «Kofi Annan intentó poner al CDH al mismo nivel que el Consejo de Seguridad o el Consejo Económico y Social, pero la realidad ha demostrado que eso nunca se ha logrado». A pesar de todo lo expuesto, defiende la existencia del organismo, «pero con los ojos abiertos, sabiendo que llega para lo que llega, y mejor que exista, que no. A pesar de sus imperfecciones sirve para que ese tema esté, y se le intente dar más importancia. Que sirva de vara de medida para ver cómo se trata a uno país o a otro dentro de la comunidad internacional, pero estamos a años luz de que sea con capacidad ejecutiva». Su mayor lastre, en opinión de Núñez, es que el CDH es un organismo «que está contaminado de los intereses y de las políticas de cada uno de los Estados miembros». Un funcionamiento, guardando las distancia y cayendo un poco en la frivolidad, que recuerda al de eventos internacionales como el propio Festival de Eurovisión, cuyos votos están marcados, en muchas ocasiones, por la geopolítica. «No es descabellado hacer esta comparación», admite, entre risas, Núñez.

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