Los dominicanos se han apropiado del ruido y lo universalizan a alta velocidad

melvin manonAsí como en todo el mundo los chinos se hicieron los reyes del arroz frito, los mexicanos internacionalizaron los tacos y los italianos nos enseñaron a comer pizzas; los dominicanos se han apropiado del ruido y lo universalizan a alta velocidad, tanto, que se ha convertido en parte de la marca nacional, algo con lo cual se nos asocia, parte de lo que nos define, rasgo vital de la nueva identidad.

Dentro del territorio dominicano y desde hace años el ruido pasó de ser un invasor a un acompañante de los lugares públicos, una evidente ganancia de terreno y status. Una vez, cuando todavía el ruido, como la peste bubónica no había causado estragos abandoné un resort porque me alojaron en una habitación al lado de la piscina y ya sabía yo lo que se me venía con las “actividades” y el supuesto entretenimiento.

Años después, y también antes, había que solicitarle cordialmente a alguien en la playa que por favor bajara la música porque a cierto volumen agrede, cualquier tipo de música y sobre todo si no es la que usted quiere oír ni el momento en que quiere hacerlo aun fuera música de su gusto, ¿a cuenta de que hay que llenarse los oídos de música que uno no quiere oír?

 

Luego en cada colmado, pulpería o barra del país entero instalaron bocinas apuntando hacia la calle; hay que gritarle al dependiente lo que uno quiere comprar y el tipo apenas oye por el volumen de la música que tiene todo el santo día y que a el no le molesta ni tampoco tiene consciencia o no le importa si agrede a los demás vecinos y transeúntes.

Tanta gente asueñada, de mal humor, con la cabeza hueca o embrutecida deben esa condición al exceso de ruido; la música tocada así, alta, continua y cuando nadie la oye ni le pone caso es solamente eso: ruido. Y mas de uno sinceramente se extrañara o incluso se sentirá agredido si se le pide o se le exige bajar el volumen de la música.

El mismo ruido pasó a los centros comerciales donde cada tienda pone su propia música y el centro comercial, por su parte, coloca otra distinta para acentuar el caos pero entre ambos se aseguran de que no haya espacio libre de ruido y con frecuencia, porque ya me ha pasado en varios países: usted pide bajar el volumen y el empleado le dice que no puede hacerlo porque lo controlan desde otro sitio y casi siempre está esa voz chillona, el griterío y el absurdo.

Incluso en tiendas cuyo público es bien adulto y gente mayor, tocan la misma basura con el griterío y el escándalo. Se han puesto de acuerdo en rodearnos de ruido, continuo, musicalizado, universal, impertinente y es como una droga que desaloja cualquier idea y crea adicción y con la adicción vine la sumisión y el embrutecimiento.

EN LAS OFICINAS

Aun mas tarde, el ruido musical invadió los despachos, oficinas y áreas de recepción de instituciones y empresas donde las empleadas tararean las letras que escuchan y prefieren esperar a que termine la canción para atender al recién llegado que a fin de cuentas lo que hace es estorbar el disfrute y esparcimiento del empleado. Y ¿sabe el lector lo mas extraordinario de esto? La gente no se queja, aunque no oiga el ruido, no le guste la música o el volumen de esta o el tipo de música; la gente no se queja y mas de uno se ha extrañado de que lo haga yo.

A medida que uno se mueve en Estados Unidos o Europa las áreas de dominicanos son claramente identificables y sus negocios inconfundibles no solamente por el ruido sino también por los modales, la chusmería y la basura.

Esta combinación ¡ horror! se ha ido expandiendo y ya no es atributo exclusivo de los dominicanos y no hablo solamente de Miami y Nueva York. El ruido ya está en casi todas partes y es computable, al menos parcialmente a los dominicanos que antes no eran ruidosos pero que con la quiebra de la idea y el proyecto revolucionario abrazaron el consumo, el hedonismo, la individualidad y abandonando toda idea se llenaron de ruido para apagar la consciencia y después empezaron a glorificarlo.

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