ORIGINALIDAD Y PLAGIO EN LA OBRA DE MARIO VARGAS LLOSA (6)

Vargas Llosa

En esta segunda entrega sobre Mario Vargas Llosa, entramos en materia sobre el tema central de estas publicaciones y presentamos los casos en los cuales el premio Nobel peruano, se ve involucrado de manera escandalosa haciendo uso de obras ajenas como si se tratara de “botines de guerra”. Fue lo que ocurrió con su novela “La Guerra del Fin del Mundo” (1981), que para más de un crítico autorizado es un plagio descarado de “Los Sertones” (1902), del brasileño Euclides da Cunha (1866-1909) por lo que los lectores más avezados comenzaron a llamarla desde entonces y adrede: “La Guerra de Canudos”, ya que ambas obras tratan justamente del conflicto bélico que se desarrolló en el Estado brasileño de Bahía entre 1896 y 1897. Y es que en eso de “copiar” textos, ideas y nomenclaturas, parece que Vargas Llosa no tiene reparo puesto que 25 años después le ocurrió algo igual con “La Fiesta del Chivo”, que guarda estrecha relación con varias obras como “La Fiesta del Rey Acab (1859)”, la primera novela” sobre el tirano Trujillo, del chileno Enrique Lafourcade (1927) y del ensayo histórico “La Muerte del Chivo” (1978), del periodista neozelandés Bernard Diederich (1926), quien durante la tiranía fuera corresponsal en República Dominicana para varios medios extranjeros, ente ellos, la revista Time, de Estados Unidos. Y ni hablar de Felipe Collado (1950) y su novela “Después del Viento”, cuyo protagonista, según el autor dominicano, Vargas Llosa convirtió en mujer para la obra suya.

LA PRIMERA ACUSACIÓN que le sobrevino a Vargas Llosa (de haber plagiado una obra), tiene una distancia de un cuarto de siglo con relación a su penúltima novela La fiesta del chivo, que antecedió a su más reciente El héroe discreto. Se remonta a mediados de la década de 1980, época del Boom Latinoamericano, del que el autor de Pantaleón y las visitadoras, era el benjamín. Entonces se le acusó de haber plagiado al brasileño Euclides da Cunha (1866-1909) y de “ñapa” al coterráneo de aquel Joao Guimaraes Rosa (1908-1967).

Aunque titubeó varias veces, al final Vargas Llosa, (como el que escupe para arriba), no lo negó, al estilo de su referente moral T.S. Eliot, más bien lo justificó señalando que “una vez un texto ajeno pasa a integrar una obra, ya pertenece a esta última…”, agregando que “El Quijote está repleto de párrafos ajenos, pero que ya son definitivamente la obra de Miguel de Cervantes (y Saavedra, 1547-1616)…y que “Tirant lo Blanc está lleno de plagios, porque su autor Martorell (Joanot Martorell (1413-1468), “no tenía el menor empacho en utilizar párrafos y párrafos que iba haciendo suyos”… y que más bien ha habido grandes escritores que han sido grandes plagiarios, señalando a Stendhal (Marie Henri Beyle,1783-1842) por su Cartuja de Parma y su Blanco y Negro.

Sin embargo, Vargas Llosa los define como “plagios creativos, que pueden ser condenables desde el punto de vista ético pero no desde el punto de vista literario”. Y al efecto ha dicho: “La imitación en literatura no es un problema moral sino artístico: todos los escritores utilizan, en grados diversos, formas ya usadas, pero sólo los incapaces de transformar esos hurtos en algo personal merecen llamarse imitadores. La originalidad no sólo consiste en inventar procedimientos; también en dar un uso propio, enriquecedor, a los ya inventados”. (1975: 259)

DE NÓBEL A NÓBEL.- “El plagio tiene una connotación criminal», había expresado antes Vargas Llosa, en los días en que celebraba la acusación igual que se le hizo a su par y contrincante, Gabriel García Márquez, por su obra cumbre “Cien años de soledad”, cuyo ensayo “…Historia de un deicidio”, ya citado, generó el célebre pleito entre ambos en México en el otoño de 1976, en el que el colombiano, por “bobo”, se llevó la peor parte.

Pero al margen de criminalizar el plagio, o justificarlo, como ha sido la norma en Vargas Llosa, para más de un experto escudriñador “La guerra del fin del mundo”, es ciertamente un plagio de la “La Guerra de los Canudos, de Da Cunha y en gran parte de la otra novela brasileña “Gran Sertón Veredas de Guimarães Rosa.

Esa acusación anduvo de boca en boca, durante añales, sobre todo, con morbo y sadismo entre los seguidores garciá-marquecianos que creían con ello ajustar cuenta, cuando en 1990, se reeditaba la leyenda negra de las acusaciones entre los premios Nobel latinoamericanos, pues nada más que la voz autorizada del luso José -De Sousa- Saramago (1922-2010 (aspirante al título que obtuvo en 1998) dijo en la tribuna de un foro público en Portugal, que Vargas Llosa había plagiado la novela Los Sertones (1902) título original de la novela de Da Cunha, agregando que se trató de una copia pésima y cruel, porque «nadie puede intentar escribir de nuevo el Quijote», como el peruano intentó hacer con la obra cumbre del brasileño.

A seguidas Saramago se refirió a “la falta de sentido que tiene el imitar una buena novela como la de Da Cunhar”. Y recordó que el escritor y filósofo Miguel de Unamuno y Jugo (1864–1936) en su libro “La vida de don Quijote y Sancho” tomó a los personajes de Cervantes, «pero lo hizo bien y es muy distinto a lo ocurrido con Vargas Llosa y Da Cunhar».

Saramago, autor de “El evangelio según Jesucristo”, “El hombre duplicado “ y “La caverna”, entre muchas otras obras, emitió esas consideraciones durante el seminario “La Insurgente Narrativa Portuguesa vista por sus Autores y Traductores”, que se desarrolló dentro de los cursos de verano de la Universidad Hispanoamericana Santa María de La Rábida, que en vida dirigía el propio escrito luso.

Aquel evento tuvo lugar en agosto de 1990 y reunió a varios autores portugueses, como Pablo del Barco (1943), Olga Gonçalves (1929-2004), Agustina Bessa-Luis (1922) y Benigno José Mira de Almeida Faria (1943), así como a los estudiosos de la literatura lusa César Antonio Molina Sánchez (1952), Basilio Losada Castro (1930), y José Eduardo Naval (1945).

Pablo del Barco se unió a los alegatos de Saramago, señalando que Vargas Llosa ha «creado una mala novela a partir de uno de los mejores textos de la literatura brasileña: Los Sertones”.

Insistía en que “La guerra del fin del mundo, no es más que una imitación deficiente de la buena narración del brasileño”, señalando que la de Da Cunha “es una novela épica en la que se narran unos hechos importantes que vivió el propio autor, durante la formación política de Brasil”. A su juicio, «Ésta circunstancia le otorga un atractivo especial, mientras que Vargas Llosa ofrece una épica descafeinada y una mala ambientación». Pablo del Barco, es un reconocido poeta y ensayista español quien dirige la cátedra sobre literatura lusa y brasileña en la Universidad de Sevilla.

Los Sertones (Os Senbes), o “La guerra de los Canudos como ha sido llamada a partir de la “transtextualidad” de Vargas Llosa, es un libro clave en la literatura brasileña, y un modelo de crónica de guerra. Su autor, Euclides da Cunha, es gracias a esa narración, un mito en las letras de su país, donde todo los años, a partir del 15 de agosto se celebra La Semana Euclidiana, en honor de cuyo personaje se levanta un gran monumento y una casa de la cultura en el municipio Sao José do Rio Pardo, en el Estado de São Paulo.

Sobre la idea central de la novela Los Sertones, hay que decir que su autor, Euclides da Cunha, además de escritor e historiador, fue un ingeniero militar azuzado desde siempre por la pasión de narrar los hechos de los que había sido testigo. Y como reportero de regimiento que fue quien cubrió la campaña (La guerra de Paja) que el ejército regular brasileño desarrolló entre 1896-1897 para exterminar la revolución liderada por el visionario António Conselheiro (Antônio Vicente Mendes Maciel, 1830-1897) en la localidad de Canudos. Da Cunha cubrió esa guerra a petición del periódico «O Estado de S. Paulo».

EXTRAÑO AGRADECIMIENTO.- Muy agradecido, Vargas Llosa, le dedica novela La guerra del fin del mundo, a quien se considera su principal fuente y a la vez su víctima, y lo hace con las siguientes palabras “A Euclides da Cunha, en el otro mundo; y, en este mundo, a Nélida Piñón”. Piñón es una célebre escritora brasileña nacida en Río de Janeiro en 1937, miembro de la Academia Brasileña de Letras. El agradecimiento a la dama fue por lo mucho que le ayudó cuando reunía datos para la obra en sus viajes por el Noroeste del Brasil.

Le dedica la novela y al mismo tiempo considera a Da Cuha como el “Periodista Miope”, como llama a lo largo de la obra a uno de los personajes supuestamente inventados del que dice como Diego que “No le puse nombre, un poco porque, bueno, me parecía que no debía ponerle Euclides da Cunha porque no es él, pero al mismo tiempo es él también”.

Lo dice con cierto grado de ironía cuando se sabe (y con sobriedad debió reconocerlo) de que si hay un personaje central en toda esa historia, en la que ocurrió y la que se ha contado, es precisamente Da Cunha, que además de haber cubierto la guerra como testigo de excepción, la recogió con sentido crítico y sociológico en su novela Los Sertones. No ponerle nombre propio a un personaje o llamarle miope, (que es igual a ciego, falto de lucidez, etc.) en especial cuando se trata de quien debe testimoniar la historia a través de lo que ve y escribe y permanece, es de entrada una forma de irrespeto, de maltratarlo y hacerlo un ser inferior, algo que no ocurrió con otros personajes como Galileo Gall y León Natuba llamado el Sabio de Canudos.

Eso de que Da Cunha “era él y al mismo tiempo no lo era”, lo dijo el autor de La guerra del fin del mundo, en una entrevista que ofreció al periodista brasileño Ricardo A. Setti (1946), recogida en el libro “Diálogo con Vargas Llosa”, publicado originalmente por la editorial costarricense Kosmos en 1988.

Después de haber dicho muchas veces que era su mejor obra narrativa, cambió un tanto de opinión, o por lo menos enmendó su anterior, señalando que, bueno, es la novela que le ha creado más dificultades y en la que más ha tenido que trabajar: “Es una novela que me tomó cuatro años escribir. Y aparte de recopilar una enorme documentación, y muchas lecturas, me significó grandes dificultades porque era la primera vez que escribía sobre un país diferente al mío, sobre una época distinta, cuyos personajes, además, hablaban entre sí en una lengua distinta a la cual yo escribía. Al mismo tiempo, creo que nunca una historia me ha apasionado tanto como La Guerra del Fin del Mundo. Todo el trabajo, para mí, fue muy apasionante, desde las cosas que leí hasta el viaje que hice por el Nordeste [de Brasil]. Entonces, es un libro por el que tengo un cariño muy especial. Por otra parte, es una historia que me permitió producir un tipo de novela que siempre quise escribir, fue un tema que me permitió desarrollar esa posibilidad que creo que estaba latente en mí desde que comencé a escribir: una novela de aventuras, en la que la aventura fuera lo principal, no la aventura puramente imaginaria, sino en raíces muy fuertes en una problemática histórica y social. Quizá por eso es que me refiero siempre a La guerra del fin del mundo como mi libro más importante”.

Sobre la novela, que admitió haberla escrito en Lima, Bahía, Londres y terminara en Washington, dijo que las primeras críticas le llegaron de Brasil como la del escritor e intelectual Edmundo Muñiz, (Bahia, 1911) autor de de más de 15 obras de crítica de arte, literatura y ciencias sociales, entre ellas La guerra social de Canudos (de Paja) que Vargas Llosa le cambia el título o le inventa otro y la llama Historia Social de Canudos.

Sobre la opinión Muniz, Vargas Llosa dice: “Su crítica es, más que una crítica literaria, una crítica política, que ataca ideológicamente a la novela, la que considera reaccionaria, antisocialista. Es una crítica muy tendenciosa. Pero el libro del señor Muñiz a mí me fue muy útil”.

Vargas Llosa revela que La guerra del fin del mundo surgió originalmente como un proyecto cinematográfico frustrado para el director mozambiqueño-brasileño Ruy Guerra (1931). “La Paramount de París estaba dirigida en ese tiempo por Christian Ferry, una persona a la que yo conocía. Un día recibí una llamada por teléfono en la que este señor me dijo: «La Paramount va a producir una película para Ruy Guerra. ¿Te gustaría escribir el guión?» Me encontré con Ruy y él me explicó un poco lo que quería hacer, me dijo que tenía la idea de una historia que tuviera alguna vinculación con la Guerra de Canudos. Empecé a documentarme, a leer, y una de las primeras cosas que leí fue Os Sertoes, de Euclides da Cunha, en portugués. Y para mí fue una de las grandes experiencias de mi vida de lector. Yo tengo esa experiencia como lo que fue para mí leer de niño Los Tres Mosqueteros, o ya de grande La Guerra y la Paz, Madame Bovary o Moby Dick. Fue realmente el encuentro con un libro muy importante, como una experiencia fundamental. Quedé deslumbrado con el libro. Me pareció uno de los grandes libros que se han escrito en América Latina. En verdad creo que la persona a la que le debo haber escrito La Guerra del Fin del Mundo es Euclides da Cunha”.

Y apunta que Guerra le envió a Barcelona, donde residía, toda la documentación sobre el tema. “Empezamos a trabajar juntos la historia. Terminamos un guión que se llamó primero La guerra particular y luego Los papeles del infierno, que la Paramount debía filmar, cosa que finalmente no hizo. Ese material es el que acabará convirtiéndose, años después, en mi novela…”
____________________________________________________

NOTA AL MARGEN.- Antes de que Mario Vargas Llosa obtuviera el premio Nobel de literatura en el 2010, había logrado muchos otros premios como el Rómulo Gallego en Venezuela (1967), El Príncipe de Asturias (1986), El Planeta (1993), y El Cervantes (1994), los tres últimos otorgados en España, de cuyo país logró la nacionalidad en 1993, tras abandonar y casi renegar del suyo, Perú, al ser rechazada su candidatura presidencial por los peruanos en las elecciones de 1990.

El Planeta, lo obtiene por su novela Lituma en los Andes (1993). Lituma, el protagonista, aparece en otras de sus obras (La casa verde, ¿Quién mató a Palomino Molero?, La Chunga y El héroe discreto).

La obra premiada está ambientada en los años de aquella década, cuando el 26 de enero de 1983 en el pueblo de Uchuraccay, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, en Ayacucho, por instigación de las fuerzas militares, fueron asesinados por campesinos los periodistas (ocho en total) Luis Mendívil, Félix Gavilano, Pedro Sánchez, Octavio Infante y Willy Retto, y su guía, Juan Argumedo García, quienes se dirigían a cubrir la información de unos enfrentamientos contra Sendero Luminoso que habían dejado varios muertos. Los periodistas fueron asesinados a golpes con palos, piedras y hachas, lo cual sirvió de tema también para el libro «Uchuraccay, el pueblo donde morían los que llegaban a pie» de los autores peruanos Víctor y Jaime Tipe Sánchez, publicado en 2015.

A Vargas Llosa, quien presidió la Comisión para investigar los hechos, creada durante el gobierno Fernando Belaunde (1980-1985) no sólo se le acusa de haber manipulado los resultados para perjudicar a una pobre comunidad indígena usada como fuerza de choque y favorecer a los mandos militares a la cabeza de un general amigo suyo de nombre Roberto Clemente Noel Moral, sino de haber utilizado inmediatamente después el drama del poblado y el informe de la investigación para vaciarlo en su novela.

La comisión determinó que los comuneros de Uchuraccay habían creído que los periodistas eran miembros de Sendero Luminoso confundiendo sus cámaras fotográficas con fusile, concluyendo que la masacre era producto de la existencia de “diferencias culturales entre los campesinos quechuahablantes y los periodistas provenientes de un mundo urbano” y que las “Fuerzas Armadas no habían tenido ninguna responsabilidad en el hecho”. “Todos somos culpables”, dijo Vargas Llosa en su conclusión final.

Luego, para seguir encubriendo el crimen, hacerse cómplice de sus autores intelectuales y usarlo para su beneficio, Vargas Llosa pretendió darle un tono literario. Por eso, una entrevista concedida posteriormente a su novela afirmó que la masacre había sido producto de la existencia de “dos Perús”, uno compuesto por hombres que viven en el siglo veinte y otros, como los pobladores de Uchuraccay, que vivían en el siglo XIX o incluso en el siglo XVIII.

Los hechos posteriores fueron confirmando las sospechas en torno a la responsabilidad de las Fuerzas Armadas. 135 de los comuneros de Uchuraccay fueron muertos en los años posteriores, la mayoría de ellos desaparecidos por militares quienes pretendían de tal manera desaparecer cualquier vestigio de responsabilidad en la masacre de los periodistas.

A mediados de 1984, Uchuraccay dejó de existir debido a que las familias sobrevivientes huyeron, refugiándose en las comunidades y pueblos cercanos de la sierra y selva de Ayacucho, así como en las ciudades de Huanta, Huamanga y Lima.

“LITUMA EN LOS ANDES”, La novela conque Vargas Llosa obtiene el premio Planeta, cuenta la historia del cabo piurano Lituma, quien, junto con su compañero, el guardia cuzqueño Tomás Carreño, llamado también “Tomasito” o «Carreñito» (ambos pertenecientes a la Guardia Civil), es destinado para servir en un puesto olvidado en Naccos, un pueblito de la sierra central del Perú, en medio de la guerra desatada por el grupo terrorista Sendero Luminoso. Allí se dedican a investigar la misteriosa desaparición de tres personas: el mudito Pedro Tinoco, el albino Casimiro Huarcaya y el capataz de la obra de carretera, Demetrio Chanca (cuyo verdadero nombre e identidad, como después se supo, era Medardo Llantac, alcalde de Andamarca). Esta investigación la realizan bajo la amenaza constante de los senderistas (autodenominados “guerrilleros”), quienes tratan de oponerse al sistema y al gobierno por medios extremadamente violentos y crueles. Las pesquisas de los dos protagonistas sacan a la luz extrañas y lúgubres leyendas andinas en torno al llamado pishtaco, especie singular de asesino que extrae la grasa a los hombres y practica el canibalismo, y a quien se le acusa de las desapariciones. Sin embargo, Lituma se muestra escéptico y conjetura que los senderistas son los responsables de dichas desapariciones. Pero uno de los barreneros o peones de la carretera confiesa finalmente que los tres desaparecidos habían sido sacrificados a los apus, las deidades tutelares de las montañas, según la cosmovisión andina. Paralelamente, se narra la vida de «Tomasito» y sus amores con Mercedes, una cabaretera que al final de la novela llega de visita a Naccos. Cumplida su misión, Lituma es ascendido a sargento y enviado a servir a un puesto policial en la selva.

CAJITA CONVERTIDORA

Entradas relacionadas