¿Política exterior descontextualizada?

El escenario geopolítico ha cambiado y el gobierno recién instalado tiene que entender el nuevo contexto para no iniciar ensayos que nos coloquen de espalda a la comunidad internacional, arrastrados por posiciones peligrosas que desprecian el multilateralismo

Por Manolo Pichardo

El mundo ha venido sufriendo cambios rápidos. La velocidad con que éstos se producen genera perplejidades que en muchos casos se traducen en desorientación, debido a que los largos tránsitos hacia nuevos paradigmas se comprimen produciendo súbitas pérdidas de referentes que llevan a la ansiedad, a la crisis de identidad y existencial que pone en juego la estabilidad de las estructuras que nos dimos para definir el orden en que acostumbramos a movernos.

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Los que siguen las rutas de las complejas y perennes transformaciones, haciendo uso inteligente de la capacidad de adaptación en el proceso de la selección natural, tienen la oportunidad de sobrevivir, porque la fuerza y el tamaño no son determinantes. Por ello, a propósito de esta afirmación, razoné en un hilo de tuits que “ser pieza de bajo rango en el tablero internacional que se recompone a prisa de vértigo, desplazando a viejos actores y reclutando a nuevos, requiere de tacto, inteligencia, prudencia y pragmatismo para que el juego geopolítico no nos pase factura”.

La cuestión es, que en poco más de dos décadas pasamos de ser un mundo bipolar a uno unipolar, para arribar a la actual coyuntura de multipolaridad en el que las directrices hegemónicas han entrado en crisis y el consenso parece ser la nueva dinámica para la solución de los conflictos. El entendimiento por la vía diplomática es la lógica en un mundo de contrapesos determinado por una interdependencia cada vez más acentuada en la que, por ejemplo, una sanción económica o comercial a un país pudiera hacer más daño al que sanciona que al sancionado o a los aliados del primero, lo que convierte la acción en un acto de torpeza.

Partiendo de esta realidad tenemos que tomar en cuenta las alianzas estratégicas entre Estados, las que no pueden ser a la vieja usanza, porque éstas no deberían implicar sumisión, pues deben propender al beneficio mutuo, que en el marco de la multipolaridad requieran de una diplomacia realista que entienda el cambio que va rompiendo el equilibrio de poder y la centralidad que daba verticalidad al orden que se recompone dando paso a la emergencia de actores que, al surgir como piezas importantes en las nuevas rutas de los mercados globales, van acumulando peso en sus gestiones diplomáticas.

El escenario geopolítico ha cambiado y el gobierno recién instalado tiene que entender el nuevo contexto para no iniciar ensayos que nos coloquen de espalda a la comunidad internacional, arrastrados por posiciones peligrosas que desprecian el multilateralismo, lo que nos puede conducir al irrespeto de las normas y convenios internacionales que pueden amenazar la gobernanza global. Por ello nos preocupa el anuncio de mudar nuestra embajada de Tel Aviv a Jerusalén, para complacer a EE.UU., una aventura que no cuenta con el consenso mundial y puede generarnos tensiones innecesarias con los palestinos y el mundo musulmán.

En esa descontextualizada orientación se anuncia la prohibición de inversiones chinas en áreas consideradas estratégicas: puertos, aeropuertos y telecomunicaciones. Pero esto no es válido para el país que pretenden complacer, lo que quiere decir que lo que se defiende es el interés de aquella nación, no el nuestro. De igual manera se anuncia la compra de 10 millones de dosis de la vacua contra la Covid-19 que financia ese país y se desarrolla con tecnología sueco-británica, la única que ha fracasado en sus tres fases de prueba, con lo que se le resuelve un asunto de mercado a aquel socio comercial a riesgo de la salud del pueblo dominicano.

Una diplomacia inteligente debe conocer y comprender el mapa del universo que le rodea para no encontrarse con un «cul-de-sac», montañas infranqueables o laberintos diseñados para no salir.

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Manolo Pichardo

 

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