El rescate de las aguas. Cambio climático provocó variaciones en patrones de precipitaciones
Aunque sin los tradicionales aguaceros de mayo ni la regularidad que permitía planificar con precisión las siembras, aunque sorpresiva y erráticamente por los cambios en el patrón de las precipitaciones, entre sequía y sequía ¡llueve! Con notables diferencias regionales, de forma torrencial en la temporada ciclónica o tan solo una llovizna, un chaparrón, en tiempos de estiaje, ¡llueve!
Si bien el cambio climático provocó variaciones en los patrones de las precipitaciones, la escasez de agua en República Dominicana no se debe a la falta de lluvias.
¡Llueve! Gran paradoja en un país con un alto déficit en el abastecimiento de agua en cantidad y calidad, con un rezago de años en la solución de problemas de infraestructura y saneamiento.
¡Llueve! Y gota a gota sobre el territorio dominicano caen unos 66,825 millones de metros cúbicos (m3) anuales, de los que un 70% vuelve a la atmósfera con la evapotranspiración y 27% escurre superficialmente, impulsada por la deforestación y la erosión.
Aún así, el agua que queda tras la evaporación desde el suelo y la transpiración de las plantas (evapotranspiración) constituye un buen potencial acuífero que urge aprovechar para consumo doméstico, agropecuario, industrial y turístico, además de la generación de electricidad.
Según el Plan Hidrológico Nacional (PHN–2019) del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (Indrhi), de 23,467.69 millones de m3 de agua disponibles en el país anualmente, solo 7,025.11 millones caían en la categoría de disponibilidad segura a un factor probabilístico del 80%.
El per cápita se cifró en 2,378 m3/habitante/año, valor que nos situó en la categoría de país con problemas generales en condiciones normales de lluvia, y en tensión hídrica en sequía extrema.
En alta proporción el agua se pierde con la deforestación, la contaminación y el uso irracional. Mas su aprovechamiento puede mejorar. Expertos aseguran que este recurso insustituible, clave para el bienestar humano y el desarrollo económico, funciona como si fuera renovable si es bien gestionado, si se garantizan los recursos humanos, técnicos y financieros necesarios, y fomentan una conciencia conservacionista en la población.
Las lluvias se escapan.
Junto a la deficiente capacidad de almacenamiento, la gran pérdida de agua obedece fundamentalmente a la deforestación, causa de que las lluvias desciendan veloces arrastrando los suelos, sirviendo de canal a la erosión y sedimentación de ríos y presas.
¡Llueve! pero el agua apenas roza la tierra. Faltan bosques que la retengan, raíces que la absorban, la capa vegetal y la hojarasca que atenúen su paso, permitiendo que se infiltre al subsuelo y alimente las reservas que nutren los ríos y arroyos.
A contrapelo de planes y proyectos, la deforestación prosigue. De este fenómeno, nunca enfrentado con sistematicidad, en la magnitud requerida ni con sostenibilidad financiera, deriva la veloz escorrentía y sus estragos.
En vez de decrecer, aumenta el deterioro. Durante los últimos decenios se aceleró la degradación de las cuencas hidrográficas, severamente afectadas por la tala de montañas para pequeñas y grandes siembras, por las prácticas agrícolas inadecuadas.
Consecuentemente, la lluvia se precipita sin nutrir los acuíferos superficiales y subterráneos, una perturbación que genera efectos en cadena y propicia las condiciones para crecidas de ríos y falta de drenaje, inundaciones con enormes daños en la agricultura, pérdida de propiedades y vidas humanas.
El agua, bien de bienes sin el que no es posible la vida, el “oro azul”, recurso limitado al que la ambición mercantiliza en la bolsa de valores, se desperdicia. Ese don vital para reducir la enfermedades y mejorar la salud, el bienestar y la productividad se usa como inagotable por la sobreexplotación y el dispendio.
Mas, gestionado eficiente y equitativamente, este recurso esencial del desarrollo sostenible, puede jugar un rol clave para fortalecer la resiliencia de los sistemas sociales, económicos y ambientales ante los efectos del cambio climático.
Regiones
Con alta y baja pluviometría
Promedio anual
La media anual de lluvias en RD es de unos 1,500 milímetros (mm). Su distribución no es uniforme, con variaciones desde 350 mm anuales en la Hoya de Enriquillo hasta 2,743 mm en la Cordillera Oriental.
Los valores de las precipitaciones en las zonas húmedas fluctúan entre 1,800 a 2,500 mm anuales, con excepciones en la zona kárstica de Los Haitises, donde se han registrado por encima 3,000 mm al año.
Las áreas con menos lluvias se convierten en zonas frágiles. propensas a procesos de sequía y desertificación, como las regiones Noroeste con una precipitación anual de 600 a 900 mm, y la Suroeste, entre 700-400 mm.