Los partidos políticos son frentes de masas, por lo menos en la teoría universal. En la realidad dominicana son grupos con impulsos para buscar el poder, donde lo que menos se toma en cuenta es la lucha de clases. Los estatutos de las agrupaciones son letra muerta, y se impone lo que dicte el jefe de la tendencia.
De hecho, los distintos sub-sectores sociales que van desde campesinos, obreros, chiriperos, profesionales y empresarios, no están representados en los partidos, aunque tengan participación individual. En las tendencias no se busca factor de procedencia sino lealtad a toda prueba.
El castramiento moderno de los partidos es esa lucha de tendencias. Se tira la institucionalidad al zafacón, se violan principios, se ponen zancadillas y al final, lo que importa es conseguir posiciones. La lucha política deviene a tratar de estar arriba pisoteando a todo el mundo, en medio del debate parecido a los pleitos de comadres de patio de barrio marginado.
Las divisiones que se han dado en todos los partidos dominicanos desde la muerte de Trujillo no han sido por desavenencias ideológicas. Detrás de esas fisuras está el personalismo, los egos, la prepotencia, el arribismo, la búsqueda del poder, y sobre todo el accionar arrollador donde las instituciones son demolidas.
Todos los partidos políticos dominicanos han pasado por el poder. Lo han hecho mediante alianzas, o sus líderes ocuparon cargos públicos vestidos de personalidades. Por consiguiente, es conveniente echar una ojeada a esa lucha de tendencias que abraza a los dos principales partidos y aliados. Parece que el primer tramo de batalla es en el Congreso Nacional.
Es tierra fértil para los choques, porque allí se demuestra la vulnerabilidad de unos y la fortaleza con pies de barro de otros. Si hay fraccionamientos, ni el Partido de la Liberación Dominicana tendrá mayoría aplastante en el Congreso, ni el Partido Revolucionario Moderno conseguirá el impulso para hacer oposición.
Demostrado está que sin la participación unitaria, en base a las órdenes consensuada de Danilo Medina y Leonel Fernández, el PLD pierde la mayoría parlamentaria. Ninguna de las dos tendencias puede aprobar resoluciones de modo unilateral. O van unidos, o se le empantana el camino.
Mientras que sin un acuerdo previo de Luis Abinader e Hipólito Mejía, no existirá acuerdo para trabajar en el Congreso. Los cabeza de tendencias lo saben, y por eso mantienen este recurso como un as en la manga, mientras se preparan batallas más decisivas.
La fragilidad en la mayoría aplastante congresual del PLD obliga a las dos tendencias a pactar o aplastar. Hoy el tiempo todavía tiene tiempo para pactar, pero sin lugar a dudas el trillo se hace cada vez más estrecho y a la larga se tendrá que dar el aplastamiento de los que tienen menos voto, lo que forzaría a una salida en estampida. Este es el panorama, visto en la realidad de hoy. Para ir más allá, se necesita el sombrero de mago de un vendedor de ilusiones. ¡Ay!, se me acabó la tinta.