Experto urbanista advierte que los ayuntamientos deben identificar y fiscalizar asentamientos en zonas no aptas
Los tugurios como denominan a los barrios precarios, han hecho metástasis en el Gran Santo Domingo a la vista de los gobiernos.
Esas innumerables casas marginadas y hacinadas, situadas encima de una especie de montaña de cemento en la parte atrás de los barrios, parecen no tener fin.
En un recorrido por sectores como Gualey, Domingo Savio, La Ciénaga, Los Guandules, El Dique, Los Tres Brazos, La Zurza, Cristo Rey, El Café, así como El Abanico de Herrera se observó tal escenario en que muchas familias tienen situado su hogar en la parte alta o baja de lo que parece ser una “favela”, como le llaman en Brasil.
El asentamiento informal en esos sitios es fruto de invasiones a terrenos del Estado y a la falta de ordenanza de los gobiernos municipales en torno a la construcción de viviendas en sus territorios y de fiscalización por intrusión en zonas no aptas.
Muchos de los que residen fuera de esas barriadas mantienen la esperanza de que en algún momento ese tipo de escenario de penuria y pobreza desaparezca de la ciudad y cambie su aspecto de exclusión, frente al resto de los lugares del país que han logrado un aparente desarrollo.
Mientras que otros, que han vivido en carne propia habitar en una de esas casuchas durante décadas, donde han visto crecer a sus hijos y nietos, así como ver morir a sus padres y a algunos vecinos, ven inverosímil una solución a su reubicación, pero también a un cambio de ambiente.
Lugareños no son titulares
Una señora que no quiso ser identificada contó a elCaribe que no recuerda qué tiempo lleva residiendo en La Ciénaga, lugar en el que vivió sus primeros años de infancia, se desarrolló y vio crecer a sus dos hijos que hoy tienen entre 20 y 27 años de edad.
La Ciénaga es un subbarrio del empobrecido Domingo Savio, situado en el Distrito Nacional y que da hacia el río Ozama.
La dama comentó que era apenas una niña cuando sus padres llegaron a ese barrio con ella y cuatro hermanos más, con el propósito de buscar un espacio “propio” en la ciudad en el que pudieran establecerse.
“No teníamos trastes. Mi papá trabajaba en lo que apareciera y mi mamá limpiaba casas. No teníamos nada, ellos salían a trabajar y nosotros nos cuidamos entre sí y de un momento a otro pasó el tiempo y ya vivíamos en una casa de zinc y madera”, expresó a este medio.
Reveló que dos de sus hermanos “más viejos”, bajo la influencia de las malas amistades y del entorno tomaron el camino de la delincuencia resultando uno preso por matar a tiros a otro del mismo barrio, en cambio el otro fue presuntamente asesinado por miembros de la Policía Nacional.
Al hablar de sus otros dos familiares narra que son personas serias y trabajadoras que han dedicado su vida al arduo trabajo como vendedores de víveres y hortalizas en un mercado de la capital.
En su caso particular dijo que siguió los pasos de su madre y dedicó su vida a brindar servicios como doméstica en otros barrios aledaños al suyo.
“Yo misma sé que mis padres no tenían papeles de la casa donde vivíamos y por tal razón yo no los tengo, pero he vivido toda mi vida en ella. Me he pasado la vida trabajando, eso sí, matándome el lomo y sin preocuparme más que por la comida de mis muchachos”, enfatizó la ciudadana.
Eric Dorrejo dice que seguirán creciendo
El urbanista Eric Dorrejo explicó a elCaribe que los tugurios seguirán creciendo de no tomarse las políticas públicas nacionales y locales de lugar.
Dorrejo expuso que todavía los ciudadanos emigran a la ciudad, específicamente hacia esos sectores en busca de los servicios básicos que no tienen en su lugar de origen, por lo que recaen en la informalidad al asentarse en esas comunidades. Calificó como un peligro y un problema la migración de la zona rural a la ciudad, a las zonas urbanas,