“Sigo plenamente convencido de que en cuanto juegue para mí, ganaré sin falta. -¿Por qué está usted tan seguro?- La verdad es que no lo sé. Tan sólo sé que necesito ganar, que también para mí es la única salida. Quizá sea por eso”. F. Dostoievski, El Jugador.
Si fuera un presidenciable trataría de serlo en un partido ganador. Creo que todos los presidenciables lo querrán así también. Ganar siempre ha sido excitante, pero ganar la presidencia en República Dominicana, por el comportamiento de quienes lo han logrado, parece no tener punto de comparación. Me da la impresión de que ha sido una especie de licencia para poder tutearse con Dios sin pecar de hereje. Vaya privilegio.
Ahora bien, ¿qué distingue a los partidos ganadores? Además de ganar, naturalmente, deben cumplir al menos tres condiciones.
En primer lugar, son partidos políticos de verdad. Es imprescindible reconocer que un partido político y un proyecto presidencial son dos cosas absolutamente diferentes. Los partidos políticos, por definición, son instituciones intermedias entre el estado y la sociedad con dos funciones básicas: representar a los ciudadanos y alcanzar el poder. Un proyecto presidencial, en cambio, es un ejercicio temporal con un objetivo político específico: la presidencia. Los partidos tienen un ciclo de vida indeterminado, no surgen porque a alguien se le ocurre, sino más bien, cuando emerge una fuerza social que los sustenta. A diferencia de los proyectos presidenciales, los partidos juegan un rol de intermediación para canalizar las necesidades de los ciudadanos frente al estado, y como las sociedades son dinámicas, la labor de los partidos políticos es permanente. Es decir, su misión no concluye nunca. Administrar un partido político como si fuera un proyecto presidencial es como tener las respuestas correctas de la pregunta equivocada.
En segundo lugar, son la expresión de un proyecto político alternativo creíble. Si da igual lo que esta o lo que viene, y encima de eso los electores están abrumados por las carencias económicas, por supuesto que al final la victoria queda atrapada en las garras del clientelismo. Es vital una discusión a profundidad de los problemas nacionales y ensamblar una propuesta programática seria y diferenciadora, que sea capaz de unir pero sobretodo de convencer.
En tercer lugar y quizás lo mas importante, para los partidos políticos ganadores su líder supremo es la institucionalidad. Muy probablemente no porque a alguien le guste sujetarse a reglas, sino porque en ningún lugar como en los partidos políticos es tan difícil frenar las ambiciones personales. Y como en democracia a absolutamente nadie puede privársele el derecho a aspirar, las aspiraciones deben efectuarse enmarcadas en un conjunto de normas legítimamente definidas, donde cada aspiración pueda convertirse, si encuentra respaldo por supuesto, en una corriente y cada corriente a su vez en una fuente de captación de simpatías diversas y heterogéneas, que al final, en una suerte de sumatoria, alimenten el caudal electoral del partido.
Creo que estas tres cosas son perfectamente alcanzables. Lo único que se debe vencer, o al menos controlar es el egoísmo individual. Ese mismo egoísmo que hacia pensar al jugador de Dostoievski que si apostaba para su beneficio personal podía vencer la ruleta y ganarse algunos federicos.
La arquitectura de un partido ganador es un reto para todos los que militamos activamente en política. No debemos confundir el futuro con el pasado. Es impostergable trabajar todos juntos para que, como dicen los franceses, el gran sol de la institucionalidad nos ilumine la ruta de la victoria, porque para llegar al poder, contrario a lo que muchos piensan, no hay atajos.

