Llego el Covid y el mundo se paralizó. Nos refugiamos detrás de puertas con alcohol hasta en los dedos del pie, hasta para los rezos se escondieron todos, no sea que la «mala suerte» entrara por la ventana y nadie estuviera allí para salvarnos.
Los comentaristas en la radio y la tv se preguntaban si «esta pandemia» nos haría reflexionar como seres humanos hasta donde habíamos llegado.
Algunos signos de colectividad y solidaridad cundían nuestros ojos envueltos en lágrimas, recordándonos que somos «más que tiendas» y «redes con temas insípidos» donde mandan «influencers» sin educación ni preparación alguna, entreteniéndonos todo el tiempo con banalidades y simplezas mientras la estupidez nos asalta hasta el sentido común.
La pandemia pasó y vino la guerra de Ucrania, Europa tratado durante años de colocar cohetes cerca de Moscú, mientras su sentimiento antirruso los lleva a cortarse a sí mismos el gas, el petróleo, el carbón, los alimentos, buscando levantar una cortina de hierro para que no les lleguen a ellos mismos las materias primas que engordan sus occidentales economías, porque el resentimiento es más fuerte que el sentido común frente a una población que ve, inamovibles, desmovilizada, que se cuadruplica el costo de la energía por apoyar una guerra que no es con ellos, ni es de ellos.
Europa de pronto prefiere matarse a sí misma que buscar la paz, resucita sus sentimientos anti-soviéticos prometiéndose a sí misma que lograrán de una vez y por todas que el Oso pida perdón por tener tantos recursos y no exclamar «Yes Sr.», Europa prefiere morir que poner en funcionamiento el Nord Stream 2, porque el Ego puede más que el bienestar de millones de personas.
Para colmos, la zona de guerra es un granero, por lo que la hambruna amenaza a países dependientes, el mundo se ha desajustado por completo.
De pronto, ya no existe la «comunidad internacional», formada por los países ricos de Occidente que dictan las normas a cumplir en el mundo, no sirve la ONU, la OEA, La Organización Mundial de Comercio, los tratados pasan a ser papel mojado, los polos del mundo se ajustan para, a partir de ahora, Asia y África pasan a destapar lo que hace rato viene sucediendo, que el poder de occidente es «débil», que en Asia, ya no mandan, que en África, ya no mandan.
América comienza a cambiar de gobernantes y un dizque nueva izquierda va llegando a los podiums, enterrando, salvo raras excepciones, las derechas neoliberales por izquierdas casi al centro, «picando» el ojo a las oligarquías gobernantes, buscando enterrar incluso a los recientes referentes que sirvieron de base para ellos hoy, gobernar.
Una América incapaz de encontrar el punto común de unión con tanto que se comparte gracias a una clase política atrasada.
Como si no faltara más, Pelosi incrementa las tensiones en el mar de China mientras el continente rojo aprovecha para dar a conocer quien manda en la zona, impulsando su poderío, rodeando su provincia de Formosa, indicando que más temprano que tarde hasta un puente físico podría hacerse entre iguales, pero sometiendo al mundo a una inestabilidad nunca vista desde la segunda guerra mundial.
El mundo estaba mal, ahora está peor.
La raza humana pretende de una vez y por todas extinguirse, pero esta vez no será un meteorito, sino la estupidez de los hombres adoctrinados a la banalidad y lo simple por las redes sociales que han sustituido la educación y conciencia por el entretenimiento, sometiendo al ser humano gracias al mercadeo y los influencers, como un guion que, cuan dioses, dictan las clases dominantes que por suerte, se extinguirían juntos a todos nosotros, llegado el día cercano del apocalipsis, al fin.